lunes, 26 de diciembre de 2011

La planicie y el desconcierto

Yo estaba sentado en una silla, ubicada en el centro de una planicie árida y despojada, bueno, en realidad no estaba en el centro exacto de esa superficie, o quizás en un hipotético centro, no, ya se donde estaba, estaba en centro exacto y neurálgico de mi propio extravío en la planicie; en fin, yo estaba sentado en una silla, una silla común, sin ningún tipo de detalle decorativo, y en mi inmutable estadía, yo solo miraba fijamente al horizonte.
¿Que tipo de lugar era esta planicie?, ¿un desierto?, no, era demasiado plana para ser un desierto, carecía de dunas y ese tipo de irregularidades que suele haber en los desiertos; ¿una meseta?... es probable, si, puede ser, pero en realidad, no importa en lo mas mínimo ponerle un nombre, clasificar aquella planicie, cuando lo relevante y lo que me lleva a contarlo aquí, en este texto, es el hecho de que yo estaba sentado en una silla, sin nada mas, mirando fijamente al horizonte, y todo lo que ocurrió posteriormente.
En el horizonte, parecía que el todo y la nada se confundían... la nada ofrecía su mano al todo, y el todo, tomando con su mano repleta la inconsistente extremidad de la nada, la estrechaba, la nada y el todo, el todo y la nada, se saludaban, con una estremecedora naturalidad, haciéndole pensar a uno en esas cosas fundamentales en las cuales uno piensa a veces.
De pronto, arrancándome de mi contemplación, apareció, no se de donde, un muchacho flaco, de aspecto bohemio, una barba tenue, vestido con una especie de saquito verde descolorido, con una silla en una mano, y un estuche alargado en otra. Cuando estuvo bien cerca de mi, colocó la silla justo enfrente de mi, a unos pocos metros de distancia, obstaculizando mi visión del horizonte espectral, se sentó y abrió el estuche, sacando de él una flauta, no dijo una sola palabra, solo comenzó a tocar una dulce melodía, que parecía adormecerme, y a su vez, despertarme del todo. Poniendo toda mi atención en esa melodía, perdí la consciencia del tiempo, hasta que me la devolvió la aparición de varios hombres fornidos que traían pesadamente un piano; lo dejaron un poco mas lejos que el flautista, no mucho, y los hombres se fueron, salvo uno, de aspecto mas ligero que los otros, que también portaba una silla, el cual se sentó frente al piano, y comenzó a armonizar la suave melodía de la flauta, produciendo una delicada música, muy posiblemente francesa, quizás impresionista, quizás neoclásica, muy bella, de todos modos. Yo me quedé plácidamente embelezado por la música que surgía de estos idílicos personajes.
En un momento, sin que los músicos cesaran de tocar, se sumó una mujer que chocaba un poco con la situación; era levemente regordeta y llevaba puesto un vestido de estentóreos colores, parecía como una hendidura por la cual se colaban colores que, en su verdadera intensidad, aturdirían. Con una afectada languidéz, apoyó su pesada masa corporal sobre el piano, y comenzó a cantar, pero su canto no se acoplaba a la sutil música que seguían tocando los músicos, al contrario, si bien lo que tocaban ellos era una melodía delicada y fragil, ahora si, mas claramente francesa, lo que cantaba la señora era mas bien una espontánea canción cabaretera de la Alemania de poco antes de la segunda guerra mundial, una canción que sonaba robusta como quien la cantaba.
Las dos músicas coexistían en una lucha absurda, cuya absurdidad resonaba como la expresión de un rostro febril, cretino y delirante. El choque obseno de esas dos musicalidades, hacía pensar en baba cayendo irremediablemente.
Mientras la lucha continuaba, obstinada, apareció súbitamente una horda de niños rubicundos, todos tomados de la mano, que se acercó hacia mi, y circundándome por completo, comenzó a girar en ronda al rededor de mi, con sonrisas idénticas, de una alegría vacía e imperturbable. Incansablemente giraban como felicísimos autómatas, no al ritmo de ninguna de las dos músicas, sino al ritmo del mas profundo caos.
Cuando el desconcierto de esa atmósfera parecía insuperable, se sumó lo que luego descubrí que extraña e inconscientemente ya intuía, un grupo de bronceados ciclistas se sumó, generando una circunferencia mayor que incluía a la ronda de los niños, pero girando en dirección contraria; el conjunto de círculos en movimiento, parecía una danza sagrada de Gurdjieff, pero ejecutada por un grupo de gallinetas salvajes de esas que hay en El Tigre.
En grupos fueron llegando mas músicos, que desperdigándose al rededor de los ciclistas, fueron formando una orquesta, que esbozaba un tercer círculo, aunque mucho mas sinuoso que los otros dos. Por familias de instrumentos iban llegando, yo iba contando la cantidad de instrumentos de cada especie, y en su completud fueron una especie de orquesta sinfónica, de una formación realmente inusitada. A razón de:
852 contrabajos.
57 violines
1 viola da gamba
359 trompetas
2 trombones
25 tubas
39 fiscornios
621 clarinetes
1/2 oboe
17 arpas
11 timbales
y una cortadora de cesped.
Todos juntos, y cada uno, caprichosamente, comenzaron a generar el sonido de un sismo epiléptico.
fusionado a los estertores de tres millones de cerdos adultos. Todo ese crispado bloque sonoro, ahogó definitivamente el canto de la señora, quien luego de unos pocos esfuerzos vanos, comenzó a toser, aunque tampoco esto se llegaba a escuchar, y luego se desmayó.
A los pocos instántes, una ambulancia ululante comenzó a abrirse paso entre todos aquellos seres, rompiendo indefectiblemente los círculos que me aprisionaban, demostrándome que sucede cuando verdaderamente entra en caos lo que solo era caos en apariencia.
Luego de que la ambulancia entre en colisión con dos o tres ciclistas desprevenidos, se bajaron de ella tres enfermeros y se llevaron a la cantante sobre una camilla improvisada.
Yo seguía sentado, siendo un testigo inmovil de todo ese cuadro.
Silencio!, en simultáneo, todos hicieron silencio.
Gravemente, como con cierto sentimiento de culpabilidad, todos se quedaron quietos y cabizbajos, y se ordenaron simétricamente, dejando un camino en el medio, por el cual, avanzó una procesión fúnebre, cargando un féretro. Los ciclistas dejaron sus bicicletas, los músicos sus instrumentos, y los rostros de los niños, cambiaron severamente su gesto.
La proseción se detuvo justo delante de mi, dejaron cuidadosamente el féretro en el suelo, y éste se abrió solo, lo cual no pareció sorprender a nadie, a mi creo que tampoco, quizás, no porque la situación no fuese inverosimil, sino mas bien porque no me importaba.
De adentro del féretro, salió, erguido y polvoriento, un hombre gordo y pálido, al cual le fue traído una suerte de podio, sobre el cual él subió, ayudado por dos damas, entre románticas y medievales.
Luego de que todavía prevalezcan unos instantes de silencio, el señor, afanosamente y con ademanes, comenzó a hablar de distintas solemnidades, mientras todos lo escuchaban en medio de un silencio tan pesado, que parecía tapar a las palabras que se decían.
Justo cuando este raro señor estaba explicando las razones por las cuales la patria es mas respetable que la harina de mandioca, por detrás, lenta y disimuladamente, aparecieron otros señores, arrastrando un panel blanco, de un tamaño inconmensurable, que simulaba ser un menhir famélico.
Sobre este panel, comenzaron a proyectar una de las mas famosas películas mudas dirigidas y protagonizadas por Buster Kinoto, aquella divertida película donde el protagonista es un boxeador, que luego se hace adicto al aceite de ricino consumido por vía intravenosa, parta luego superar dicha adicción y convertirse al metodismo.
Mientras el caballero seguía hablando ya de cosas ininteligibles, aunque manteniendo el mismo tono solemne y musgoso, sucedió que, con el mismo sigilo con que fue traída la pantalla gigante, cayó un rayo silencioso e iridiscente, justo sobre el parietal derecho del orador, incendiándolo completamente, aunque él seguía impertérrito, farfullando palabras inconexas.
Todos los presentes dieron una misma cantidad de pasos hacia atrás, y pusieron una idéntica cara de espanto y admiración, y a los pocos minutos, llegó un coche bomba, del cual descendieron, no bomberos, sino monjes, aparentemente budistas tibetanos, que rodearon al señor del arcoiris ígneo y la incansable oratoria y abrieron sus bocas, y atrajeron todo el fuego hacia sus entrañas, produciendo un sonido inimaginable.
El señor cayó de rodillas, y luego de unos brevísmos instantes, todos comenzaron a cantar, contemplando con ternura aquella escena, y de la boca de cada uno, salió una preciosa libélula, y todas ellas se unieron, volando hacia el señor salido del féretro, llevándolo en andas entre todas, las miles que eran, y haciéndolo volar en lontananza, hasta fundirse con el horizonte; luego de aplaudir emocionados, todos, absolutamente todos desaparecieron. Todos no, quedó el flautista, solo el flautista, nuevamente sentado frente a mi.
El flautista se despidió con un gesto, y también se fue.
Yo sigo sentado en una silla, ubicada en el centro de una planicie árida y despojada.


Francisco Garrido

Yo y las voces y el astronauta (radioteatro)

Yo 1: Hola!, hola!, acá estoy!, acá!, pero, ¿a quien le digo que estoy acá?, si no veo a nadie...

Yo 2: Ah, ya se, me lo digo a mi mismo, para corroborar que estoy.

Yo 3: Si, si!, debe ser eso, pero, otra vez, apareció otra de mis voces.

Yo 4: ¿O será la voz de alguien que pretende ser yo, y que me quiere convencer de que es yo?

Yo 5: (susurrando) Por las dudas, lo voy a pensar en silencio, para que no me escuche y no sepa que me di cuenta, pero...

Yo 6: ¿Y si se da cuenta, qué?.

Yo 3: Pero la voz que dijo que va a pensar en silencio, no era la que en un principio decía "Hola, estoy acá", quizás sea ésa la voz de quien me quiere hacer creer que es yo, y que dice que otro le quiere hacer creer que es yo, justamente para que yo le crea.

Yo 2: ¿y si yo soy otro que me quiere convencer de que soy yo y lo logró, tanto que estoy afirmando que soy yo cuando en realidad soy otro?

Yo 1: ¿cual de todas mis voces soy yo?

Yo 3: ¿que características tengo realmente?

Yo 6: No sabría decírmelo, porque solo escucho a mis voces, en el caso de que sean mías, y solo podría descrifrar mis características por cada una de las voces, y como no se cual me pertenece...

Yo 5: ¿soy hombre?

Yo 1: bueno, yo estoy seguro de que soy una voz hombre, ya que al gritar me erijo como un falo en estado de erección, cuya eyaculación es inminente.

Yo 2: aaaaaaaaaaaaaaaaaa

Yo 3: pero la voz que eyaculó es otra.

Yo 4: ¿tengo mas de una masculinidad?

Yo 6: ¿y mi voz y voces femeninas?

Yo 5: para saberlo voy a tener que deshacerme de toda convención social!

Yo 2: si, deshacerme, de una vez por todas

Yo 4: tengo que desnudar a mis voces.

Yo 3: pero dije mis voces, y no estoy realmente seguro de que sean todas mías, ¿será mía una sola?

Yo 1: ¿o mas de una?

Yo 2: ¿o ninguna?

Yo 6: no, prefiero pensar que alguna de las voces, aunque sea una sola, es la mía.

Yo 5: pero son muchas, y a veces aparecen voces nuevas, creo que, creo queeee, creo queeeeee...

Yo 3: ¿que creo?

Yo 4: queee quizás mi voz todavía no sonó

Yo 1: pero si es así, ¿como la voy a reconocer cuando suene?

Yo 6: ¿será cada voz una identidad diferente?

Yo 2: ¿que es la identidad?

Yo 5: si cada una de las voces tiene una identidad diferente, ¿quien marca las fronteras entre las voces?

Yo 4: ¿o en algún punto serán todas la misma voz?

Yo 3: ya dije que tengo que dejar de lado las convenciones sociales.

Yo 1: sociales

Yo 6: ¿eso es una voz o el eco de una voz?

Yo 2: no, no puede ser un eco, porque si fuera un eco...

Yo 3:...sonaría igual que la voz anterior.

Yo 5: ésto ya es insostenible, siento que no soy capáz de terminar una sola frase, una simple idea, que ya aparece...

Yo 4:...otra voz que la continúa.

Yo 1: otra vez... ¿como puedo callar a las voces?.)

Yo 2: ¿y si callo a la que es mi voz y luego otras voces terminan hablando por mi cuando en realidad no son las mías?

Yo 3: elefante!!!

Yo 4: pero, ¿por que digo elefante, si para mi no significa nada en absoluto?!

Yo 1: bueno, sí, un elefante es un elefante, pero, ¿que es un elefante?

Yo 6: acabo de decirlo, un elefante es un...

Yo 5: están tratando de confundirme!, ¿o quizás estoy yo mismo tratando de confundirme?

Yo 4: voy a hacer silencio, así la voz que hable, no será la mía...

Yo 3: Hola, hola, acá estoy! (como lejana)

Yo 2: si, definitivamente esa voz no soy yo, ya que yo dije que iba a hacer silencio, pero esa voz habló.

Yo 6: o quizás esa voz es realmente yo, y yo no soy yo.

Yo 1: quizás sí sea yo, pero tenga un problema de voluntad.

Yo 4: ¿y si yo soy yo, el que no es yo, quien es?

Yo 3: yo soy yo!

Yo 5: si, si, si, pero yo hablo de un yo medular, no una especie yo rizomático, así cualquiera es yo.
Rizoma.

Yo 2: bueno, yo tambien soy yo, y sin embargo...

Yo 6: bueno, tambien habría que ver desde que ángulo estoy concibiendo el yo, y yo, si es que soy yo, ya dije que iba a dejar de lado las convenciones sociales, y por lo tanto culturales, y la filosofía es parte de eso.

Yo 4: porque no es lo mismo la concepción del yo que puede tener un monje que vive en los hymalayas que la que puede tener un conductor de la línea 338, que tiene tres hijos, y uno de ellos estudia derecho.

Yo 1: efectivamente, y la concepción del yo que tiene un pastor anglicano no es la misma que podría tener un astronauta nacido en la unión soviética.

Yo 3: ¿donde está mi cuerpo?

Yo 5: ¿o tendré mas de un cuerpo?, porque si tuviera mas de un cuerpo, podría tener mas de una voz, sin ningún problema.

Yo 2: quizás yo sea un compendio de cuerpos, todos con una misma voluntad.

Yo 6: no!.

Yo 3: quien dijo no?

Yo 1: yo!.

Yo 4: no, yo dije no!

Yo 5: yo?.

Yo 2: si!

Yo 3: no!

Yo 1: otro elefante!!!

Yo 4: aaaah, ya se, ya entendí, ninguna de las voces soy yo!!!, yo en realidad, soy el silencio! (sonrisa enfermiza)

Yo 5: pero si soy el silencio, entonces yo no soy yo, ya que estoy hablando.

Yo 6: ¿entonces?

Yo 3: debería callarme, para que el silencio sea yo, ya que en realidad, el que es yo, es el silencio, y el resto son voces aparentes, apariencias que no me pertenecen.

Yo 1: claro, en ese caso, yo no necesito hablar, y hablo porque me olvidé de que no necesito hablar.

Yo 5: ¿pero como callar a todas las voces?

Yo 4: no se, pero debería hacerlo.

Yo 2: ya puedo escucharlos, y no solo los escucho

Yo 6: siento como los tambores avanzan por mi piel

Yo 3: si, si!, presiento como los tambores anuncian el sacrificio.

Yo 1: los reconozco, son los tambores que van a oficiar el ritual funesto donde van a sacrificar a mi silencio.

Yo 5: ya no puedo evitarlos, los tambores se prenden a mi craneo.

Yo 2: ya están en mi, puedo sentir como todas mis voces están sacrificando a mi silencio!

Yo 4: voces que me son familiares, otras que nunca había oído.

Yo 5: muchas voces crispadas penetran a mi silencio con sus múltiples falos de demencia, y lo desgarran!!!.

Yo 3: ya es tarde, al quinto golpe de gong mi silencio estará acabado.

Yo 2: ya está.

Yo 4: ahora solo quedan voces.

Yo 3: si, voces...

Yo 5: voces que no pertenecen a nadie.

Yo 6: yo ya no existo.



Francisco Garrido

jueves, 22 de septiembre de 2011

Yo-bolsa-huevo-estómago-cosa, para luego el universo

Podría afirmar que yo estaba sumido, contenido, encriptado en una suerte de cigoto inconsistente y amorfo, una simiente espectral de fronteras difusas, fronteras que no podría decir ciertamente de qué otra cosa la separaban; podría decir que yo era incluído por una legumbre casi animal, de un color blanco, pero más pálido que el blanco, un blanco cercano al vacío, y yo morando en esa cosa-estómago hermético, era como una noria pero inmovil, inmovil quizás por una ausencia de tiempo, tiempo ausente, quizás, por la ausencia de movilidad, y de cualquier tipo de acción posible: yo, insistente en mi inactividad. Podría detallar minuciosamente esa inactividad, diciendo que simplemente no hacía nada; también podría arriesgarme a conjeturar, por ejemplo, que esa bolsa era parte de un dios marsupial, algo parecido a un demiurgo invisible, (como todo buen demiurgo), del cual yo era algo parecido a un vástago.
Podría afirmar, o simplemente sugerir cualquiera de las posibilidades ya enumeradas, pero no, porque me faltó un detalle sustancial, y es que, así como las fronteras, la terminación de esa bolsa-huevo-estómago-cosa, eran muy poco definidas; la frontera entre yo mismo y la cosa continente era, en un principio, inexistente; yo y la bolsa estábamos unidos, confundidos mutuamente, esto dicho, claro está, comparando ese estado con la posterior separación pero, en esa misma instancia, ignorando esa separación, éramos simplemente una unidad; no éramos, era.
Tampoco sé exactamente en qué momento comenzó la escición, mediante la cual yo me fui transformando en esto que ahora me atrevo a denominar "yo"; pero aconteció, y con mucha naturalidad, sin premura, sin dolor alguno, gentilmente, en un instante, durante siglos, durante siglos de intantes, que como fueron todos el mismo instante, entonces sólo fue in instante; si bien no podría especificar el contexto de ese instante, puedo decir que sí, que en un momento ya éramos yo y mi continente; yo compuesto de un algo neutro y homogéneo; no sé si referirme a mi antigua composición como "materia", pero ese es otro asunto.

En un momento, una región de mí se erigió en mí mismo, y comenzó a tomar algo familiar a una forma; esa parte se volvió como una bellota fláccida, como un músculo graso, pero habitado por pequeños árboles eléctricos interconectados entre sí; creo que era un cerebro.

De pronto, anhelé poseer una voz; creo que nunca antes había anhelado; todo comenzó por el anhelo y la intención de tener una voz, y la voluntad que empezó a propagarse hacia afuera de sí misma, como una explosión, y se estiró, volviéndose como un silbido, pero todavía no estaba el sonido del silbido, ni donde propagarse, por lo cual, antes que el sonido aconteció el espacio que luego ocuparía el sonido. Antes que el silbido surgió un tunel sinuoso, todo lleno de vacío, vacío que de a poco se fue revirtiendo para volverse sonido, sonido tangible y vibrante, y el medio se volvió propicio para que este sonido exista y permanezca.

Yo levitaba y gravitaba, ya consciente, y emitía esa vibración que era como una pregunta ritual, y a su vez una respuesta a mi nueva condición de ente consciente, y el silbido primigenio ya era el rumor de un "algo-parecido-a-un-mantra", pero no era un canto ceremonial enigmático, en un intento de ciega catapulta hacia un dios arcano; era un canto ritual, casi balbuceo, casi arrullo, que tiernamente intuía al infinito.

Creo que sería adecuado aclarar que ese canto carecía de palabras, ya que yo no tenía ningún tipo de lenguaje, y desconocía cualquier cosa parecida a un símbolo; y si bien ese canto, en un momento se convirtió en la repetición de sonidos cambiantes, tambien era prácticamente inarticulado, y no estaba compuesto de letras, letras como son las que ahora conozco; porque, por otra parte, ese canto era emitido por mí, que era un ser sin boca ni garganta, y era escuchado por mí, que era un ser sin oídos. Creo que era más bien una música para ser respirada. Cuando digo "música", no me refiero a una determinada forma o estructura de sonidos; digo "música" en lugar de sonido, para decir "sonido que toma consciencia, y se pregunta por qué ocupa el espacio que podría ocupar, no la ausencia de sonido sino la nada". Pregunta ritual.

Algo digno de atención es el hecho de que al principio del texto, cuando dije que estaba inmovil, me referí a mí mismo como una noria en estado de inmovilidad; con esto estoy dejando implícito que el movimiento estaba latente en mí, aunque en ese momento lo ignoraba, por lo cual no experimentaba mi quietud como ausencia de movimiento, ya que no podía compararla con la experiencia del movimiento.

Algo similar me sucedió con la música: en un momento comenzó a emitirse tan naturalmente que no tuve que hacer ningún tipo de esfuerzo más para que suene; era como si sonara por voluntad propia, y tanto me habitué a ella que me olvidé de cómo era la experiencia del silencio; entonces, esa música fue mi silencio.

Algo similar me sucedió con el movimiento: no sé bien cuál fue el momento exacto, pero sucedió que comencé a moverme, en un constante movimiento de rotación, constante pero lento; ahora sí puedo decir que era como una noria o, en fin, algo que se mueva en su eje; así era mi movimiento, y sucedía de una forma acorde al canto que emitía, no podría decir que giraba al ritmo de mi música, ya que mi canto todavía carecía de algo a lo que se pueda llamar ritmo, pero la música y el movimiento parecían retroalimentarse.

Repito que no sé cual fue el momento exacto en que, rompiendo la quietud, comencé a moverme; incluso, recién tomé conciencia del movimiento cuando ya se había iniciado. El no ser testigo del comienzo de las cosas que uno padece, como la existencia misma, (sin ir más lejos, o yendo lo más lejos que se pueda), nos recuerda que esas cosas, aún padeciéndolas, nos son ajenas.

Pero dejemos de lado las elucubraciones filosóficas, y concentrémonos en el movimiento; hasta ese momento había sido sólo un movimiento de rotación constante, y manteniendo una misma velocidad, pero de pronto, y ahí sí lo vi claramente, se agregó un nuevo movimiento: comencé a orbitar en torno al centro de donde me ubicaba, y la órbita se empezó a agrandar formando como una espiral, y al mismo tiempo la velocidad de la rotación aumentaba, y el canto se hacía más fuerte y más nítido, y todo eso junto comenzó a ejercer presión contra las paredes de mi habitáculo en forma de huevo, no sé si por algún tipo de energía, pero a medida de que se agrandaba el movimiento de orbitación, se hacía más rápido el movimiento de rotación, aumentaba el volumen del sonido, y se expandía mi habitáculo, todo al mismo tiempo, simétricamente, casi diría que con cierta trascendente elegancia.

En un punto de ese proceso, el crecimiento de todos mis hábitos, movimiento y "sonido", se detuvo y se mantuvo una misma intensidad; en esa instancia, me tranquilicé y miré hacia el centro, para ver en torno a qué orbitaba, y advertí, no sin asombro, que el lugar exacto que ocupaba yo en un principio, estaba ahora ocupado por una cápsula de vacío, con mi misma forma; vacío, pero un vacío denso, profuso, un vacío que parecía hacer presión hacia afuera, en un intento de expandirse hacia el no-vácio.

La frontera entre el vacío y el no-vacío parecía ser debil, y la cápsula comenzó a agrietarse, y se rompió; el vácio se transformó en un agujero que dejaba entrar un viento, un viento de color blanco, pero más pálido que el blanco, y ese viento llenó todo el espacio, expandiéndolo, y comenzo a erosionarme; mi movimiento de rotación, junto al viento que me circunbada, comenzaron a estirarme, me estiré hasta que fui una masa oblonga y alargada.

Aprovecho para decirles a los académicos, a los profesores, a los que estudian carreras universitarias, así como también a los que tienen cargos públicos, y a los que tienen familias bien estructuradas, a los críticos, a los ideólogos, a todo humano civilizado, ¿saben lo que es la inefable voluptuosidad de estirarse, todo uno, hasta saberse transformado en una masa oblonga y alargada?.

El viento de color blanco, embistiendo hacia todas direcciones, no sólo hacía que mi morada, hasta entonces circular, se expandiera, sino que tambiéien cambiara de forma, y se transformara progresivamente en un cuadrado blanco.

Yo continuaba siendo erosionado; el viento comenzó a darme forma, otras partes de mi masa se estiraron, las que fueron luego mis extremidades, pero todavía sin movilidad, y luego con cierta movilidad, pero sin el mínimo control de mi sobre ellas.

El viento me horadó en mi parte superior, produciendo un agujero cercano a ser una boca; el viento me infló interiormente, haciéndome hueco, empujó mi cerebro, único órgano que poseía hasta el momento, y que creo que también funcionaba como una especie de corazón o motor, ya que no eran latidos los que producía; en definitiva, mi cerebro fue empujado hacia la cumbre de mi masa, y la parte que funcionaba como corazón se separó de él; mi cebebro-corazón se separó como una ameba, y luego de siguió dividiendo hasta poblarme de órganos. A estas alturas, me sentí en condiciones de autoproclamarme humano, humano y desnudo.

El viento se detuvo, la extraña fuerza que lo empujaba parecía haber desaparecido (extraña fuerza, o desconocida, al menos para mí); cuando se hubo detenido, el viento fue sólo aire, aire apaciguado que llenaba toda mi habitación, y yo tambien me detuve, ya no rotaba, ya no orbitaba, ni siquiera flotaba; ahora estaba parado, erguido, ya humano, ubicado en el centro de mi actual habitación blanca y perfectamente cuadrada.

Miré en todas direcciones, aprovechando que ahora tenía ojos; antiguamente veía con toda mi masa, como si todo yo fuera una especie de ojo, pero la visión que tenía de esta forma estaba lejos de ser nítida como ahora sí lo era.

Por primera vez sentí la necesidad de cerrar mis nuevos ojos, los cerré por unos instantes, los abrí, y noté algo distinto, mi habitación seguía blanca, cuadrada, del mismo tamaño, pero frente a mis ojos había una puerta que antes no estaba.
***
Por supuesto que sobrevino el estupor, una legión de preguntas y muchos ensayos de respuestas, pero lo importante es que delante de mí, tenía una puerta; quizás lo que me respondería sería abrir esa puerta. No lo dudé más que unos instantes, y caminé los pasos que me separaban de la puerta, y cuando estuve justo delante de ella, la abrí. Del otro lado había un espejo; estaba perfectamente limpio y reflejaba claramente toda la habitación, pero en lugar de verme yo en el espejo, el que estaba en mi habitación era un molusco gigante, creo que era una ameba, pensé, y en ese momento sentí un ruido a mi derecha; miré, y vi a un hombre de sombrero e impermeable, con un libro en la mano, abierto en una hoja determinada, que se acercaba hacia mí. Con un dedo señalaba un relgón, y me dijo "perdón que me meta, pero... aquí en el diccionario dice que la ameba es un protozoario, un protozoario rizópodo, no un molusco", y luego de decir estas palabras volvió a desaparecer; yo pensé, "este señor, no sólo no se sabe de dónde proviene, sino que además, es telépata", y luego de eso me pregunté, "pero, ¿qué significa telépata"?... y ahí tomé conciencia del lenguaje y comprendí que sabía hablar. Volví a mirarme al espejo; allí continuaba aquella ameba que ocupaba el mismo lugar que yo; yo me miraba, y me veía con forma humana, miraba al espejo y veía al protozoario. Aprovechando que ahora sabía hablar, dije en voz alta: "protozoario", e instantáneamente vi cómo la ameba se empezaba a resquebrajar como si fuese de vidrio y se rompía, y sus fragmentos desaparecían.

Cerré la puerta, me di vuelta y vi que en el medio de la habitación, del techo, colgaba un columpio. Lo único que se me ocurrió hacer fue sentarme y columpiarme, y mientras me columpiaba, repetía en voz alta palabras que formaron a la escena anterior:

Espejo, protozoario, sombrero, puerta, libro, impermeable, telépata, hombre, molusco.

Puerta, libro, sombrero, molusco, telépata, espejo, impermeable, hombre, protozoario.

Hombre, espejo, molusco, imermeable, sombrero, protozoario, libro, puerta, telépata.

Molusco, puerta, hombre, espejo, libro, sombrero, telépata, protozoario, alameda.

¿alameda?. Apareció una nueva palabra; y si aparece alameda pueden aparecer otras, por ejemplo: antílope, fragua, azulejo, uva, precipicio, universo. Y cuando dije universo, me estremecí, sintiéndome nombrado...
Universo, universo, universo, universo, universo; suena muy lindo decirlo, y al decirlo sentirse circundado e incluído por lo nombrado.
Universo, sí, pero
¿por qué universo?.
No sé.
Y tras esa pregunta surgieron otras.
Estoy aquí, sí, pero, ¿soy libre aquí?. ¿En qué consiste la libertad?.
La libertad sería, principalmente, la libertad de elegir entre muchas opciones.
Si yo tengo por un lado la opción 1, por otro lado la opción 2, y por otro lado la opción 3, y puedo tener acceso a cualquiera de esas posibilidades, entonces puedo decir que soy libre para elegir.
Pero esta misma situación puede contemplarse de otro modo más abarcativo:
Si yo tengo por un lado opción 1, opción 2 y opción 3, y tengo por otro lado la nada, la más absoluta nada que incluya el hecho de yo mismo volver a no haber existido nunca, ¿tendría acceso a esa nada?; y si no tengo acceso a esa nada, a la total inexistencia, ¿puedo elegir el ser y todas sus ramificaciones?.
En ese caso, desear ser, quizás sería desear tener la opción de no ser y no haber sido, para poder no elegirla.

Ya dije más de una vez que mi habitación es blanca, que el viento que la moldeó era blanco; ahora voy a decir que al mirarme, advierto que yo mismo soy blanco; ¿pero si en ningún momento vi otro color para luego compararlo con el blanco...?, y si en ningún momento vi otros colores, ¿por qué sé de su existencia y los estoy nombrando?.
¿Por qué la habitación está iluminada si no veo ninguna luz?, ¿de dónde proviene la luz?, ¿será acaso que las paredes de la habitación son en realidad traslúcidas y que la luz viene desde afuera?.
Yo respiro, sí, pero la habitación es aparentemente hermética, si el aire que en un momento comencé a respirar es el que entró en forma de viento blanco, y luego la habitación volvió a ser hermética, ¿cómo se renueva el aire que respiro?; hace ya bastante tiempo que estoy respirando...
Nuevamente, no sé.
Me bajé del columpio. Vi como se transformaba en una especie de enredadera alrededor de una columna invisible, para luego desaparecer, sumiéndose en esa invisibilidad.

Yo ya estaba exhausto de tantas preguntas y de todo el esfuerzo que comprendió la mutación que viví desde un principio, desde mi génesis; voy a intentar dormir.
Me acosté sobre mi flanco derecho, para que mis órganos no pesen sobre mi corazón, y luego me puse en posición fetal, cerré los ojos; cerrar los ojos fue abrirlos en otro sitio. Intente recordar mi forma inicial, y fui una especie de enorme feto luminoso que titilaba, flotando en medio de una inmensidad oscura, tenebrosamente acogedora. Yo sentía mi condición de feto y mi tamaño descomunal, y luego me veía desde afuera, despersonalizado, y me reconocía, y corroboraba que yo era una especie de enorme feto luminoso que titilaba, flotando en medio de una inmensidad oscura.
Titilaba siempre con una misma frecuencia, hasta que de pronto dejé de titilar y en la última luz que solté, instantáneamente, sentí nuevamente mi cuerpo adulto y sentí deseos de balancearme, comencé a hacerlo levemente; mi cuerpo iba y volvía, iba y volvía, ya sin prestar mucha atención a cada movimiento, a la diferencia entre ir y volver, hasta que de pronto me di cuenta de que había un pequeño desfasaje al volver, y que la información de que volvía, llegaba a mi cerebro un fragmento de segundo tarde, por lo cual sentía que iba y volvía al mismo tiempo, o sea, empecé a sentir como que en lugar de ir y volver, hacia delante y hacia atrás, lo que hacía mi cuerpo era expandirse y contraerse, expandirse y contraerse; yo era un inmenso elástico de carne invertebrada, o quizás mis huesos tambien eran elásticos.
También me cansé de balancearme, de ir, de volver, de expandirme, de contraerme. Me quedé quieto y fui una isla. En silencio. Yo era una isla, una pequeña isla deshabitada, sin ninguna otra presencia humana, y sentía el agua apenas entibiada por el sol, cómo acariciaba con indiferencia los bordes de mi cuerpo. Yo era una isla y sentía gaviotas vertidas sobre mi piel, gaviotas como lágrimas de una tenue luz rojiza. Yo era una isla y tenía una palmera en el esternón. Yo era una isla en silencio.
Me desperté.
Tras incorporarme, volví a ser el mismo humano, en la misma habitación, blanca y perfectamente cuadrada.
Ahora que lo pienso, si luego de salir de esa habitación volviera a entrar, me sentiría encerrado, pero en ese momento, como nunca había salido, el hecho de estar en esa habitación lo vivía con total naturalidad, incluso con tranquilidad; creo que me intranquilizaba más la idea de salir que la idea de estar encerrado.
Al decir esto pareciera dejar implícito que luego saldría de la habitación, pero en realidad no fue exactamente eso lo que sucedió. ¿qué sucedió?.
La puerta, en un momento, desapareció pero antes de desaparecer, no sé cómo, estuvo ubicada en el techo durante un lapso indeterminado.
¿Cómo me mantenía yo vivo si no comía?
Nuevamente, tampoco lo sé.

Parado en mi habitación, miré hacia todos lados y lo único que vi fue una maceta con un malvón; me acerqué sigilosamente hacia la maceta y comencé a mirarla con ojos escrutadores, ojos escrutadores de macetas con malvones.
Me decidí a agarrarla, y en el instante en que mi mano tomó contacto con la maceta, en ese mismo instante comenzó a sonar una música; un piano que empezó a contruir jardines colgantes, y luego una orquesta produjo una música, y a cada golpe de violín, las flores se multiplicaban. Logré reconocer esa música: eran las granadas, interpretadas por Bill Evans con arreglos orquestales de Claus Ogerman, construyendo jardines colgantes, colgantes y giratorios, que danzaban alrededor de mí.
Bill Evans, la caligrafía del sueño.
Luego, cuando quedó sonando sólo el trío, los jardines desaparecieron, y mi habitación ya no era mi habitación, era otra, más grande, con piso de madera, con un hogar a leña junto a mí; yo estaba vestido, sentado junto al hogar a leña, y vi entrar a Lucy, del Nosferatu de Herzog, quien sirvió té con limón y me lo ofreció; esto hizo mientras sonaba el vals, segunda música del mismo disco de Bill y Claus. Todo en un clima de dulzura febril en el cual volví a adormecerme, y al abrir los ojos, mi habitación era nuevamente mi habitación, con un sonido en blanco, y con las paredes en silencio.
En el lugar que ocupaba la maceta con malvón, ahora había una llave.
Me dispuse a asir la llave, ansioso por saber qué ocurriría al hacerlo, y la llave fueron varias llaves; sin dejar de tocarlas, aparecieron en mi bolsillo derecho, y yo estaba parado a un costado de la General Paz, esperando el 21 que me llevaría hasta Villa Madero.
Cuando llegó, pregunté si llegaba hasta Crovara, y el conductor dijo que sí, entonces me subí al 21, me bajé en Crovara y General Paz, en una tarde llena de sol, y caminé las cuadras que me llebavan hasta la casa de Picho.
Picho me recibió, me hizo pasar a su taller, luego a su casa, y también llegó Mao, y comimos mientras dialogábamos; tuvimos un diálogo donde surgieron muchos bellos nombres, donde Roberto Grela y Hundertwasser se conocieron y se dieron la mano cordialmente. Luego de comer, Mao se fue y nos quedamos hablando con Picho, que sacó un disco de vinilo de Egberto Gismonti y lo puso, y la música de Gismonti se mezclaba con las cortinas rojizas, traslúcidas.
Picho se acercó hacia mí con un libro con fotos de cuadros y una lupa, y me dijo, en realidad, nunca vamos a ver verdaderamente este cuadro si no vamos a ver el original; en realidad, vos creés ver muchos colores, pero no, son puntos, azul, rojo y amarillo, azul, rojo y amarillo, azul, rojo y amarillo.
Volví imprevistamente a mi habitación, y todo estaba de nuevo en silencio, pero no cualquier silencio; el silencio que sólo puede existir inmediatamente luego de que suene Egberto Gismonti.
Mi recuerdo de lo que ocurrió entre ese instante y el instante en que apareció el siguiente objeto, es difuso.



En un momento, lo que tenía a un costado de mí era un piano, un piano de cola que ocupaba aproximadamente un cuarto de mi habitación. La tapa del instrumento estaba levantada, y al acercarme, vi que no eran cuerdas lo que contenía la caja, era vegetación; había una selva tupida adentro del piano, y me quedé contemplándola durante unos minutos, hasta que me pregunté cómo sonaría ese piano al tener, en lugar de cuerdas, lianas y todo tipo de vegetación salvaje.
Acerqué los dedos a las teclas del piano, toqué primero una, despues unas pocas, luego muchas al mismo tiempo, y efectivamente, al tocar, lo que sonaba era una selva, un sonido denso y húmedo, polirrítmico, exaltado a la vez que somnoliento; al dejar de tocar, la selva interior del piano se quedaba en silencio, pero al volver a presionar las teclas, la selva volvía a sonar con una cantidad de sonidos al unínoso, tan variada como la vegetación que la constituía.
Continué escuchando atentamente los sonidos, hasta que me sorprendió una leve brisa a mis espaldas; miré hacia atrás para ver de dónde provenía, y lo que vi fue un cuadro; ése fue el último objeto que apareció en mi habitación; la brisa era tibia y emanaba del cuadro, que estaba colgado en la pared y tenía la imagen de una pradera, o no, creo que era una sabana. Esta brisa no era intensa como el viento blanco, era más bien levemente amarilla, pero muy levemente, casi imperceptiblemente amarilla, y salía del cuadro como si fuese una ventana, y sí, de alguna forma lo era; era una ventana, pero por la cual no se podía salir, sólo podían entrar cosas, o por lo menos esto fue lo que pensé.
A estas alturas, no puedo aventurarme a afirmar absolutamente nada.
La brisa se detuvo y por un tiempo, no muy extenso, más bien un lapso corto, no ocurrió nada más; silencio, una habitación perfectamente cuadrada de color blanco, y los objetos que habían aparecido, y que en ese momento permanecían perfectamente quietos; no sé bien cuánto tiempo pasó, pero de pronto algo volvió a llamarme la atención; sentí que mi oreja izquierda se desprendía de mi cuerpo, y no sólo lo sentí sino que lo contemplé; vi cómo mi oreja estaba fuera de mí y se quedaba flotando frente a mí como si ella también, de alguna forma, me mirara; al ver a mi oreja izquierda fuera de mí, palpé el lugar que ella debería ocupar, y al hacerlo advertí que tenía todavía una oreja izquierda; la sentía, y a la vez sentía el contacto de mi mano tocándola; me toqué la oreja derecha, y también permanecía en su lugar; entonces me pregunté: ¿será ahora una oreja ajena a mí?, para obtener una respuesta, toqué esa oreja y me sorprendió darme cuenta de que también tenía sensibilidad; nuevamente me pregunté, ¿qué ocurre?, ¿la sensibilidad de mi oreja transmigrará intermitentemente desde mi oreja hacia una oreja externa e independiente?; entonces toqué las dos orejas a la vez y me sorprendió más aún sentir el contacto de mis dos manos superpuestas, y me dije, creo que ya entendí qué es lo que me ocurre, y tranquilamente me lo expliqué: me sucede que tengo la capacidad de bilocación, pero parcial, entonces sólo una parte de mí puede permanecer en dos lugares a la vez, en este caso mi oreja.
Dije esto, sin dejar de tocar las dos orejas, pero de pronto sentí que el tacto de mi mano sobre la oreja exterior comenzaba a desplazarse, hasta quedarse quieto en un punto; yo tocaba la oreja, pero la sentía a la altura del páncreas. Luego otra vez, volvía a desplazarse y sentía la oreja, pero cerca de la rodilla, y así varias veces en distintos puntos de mi cuerpo, hasta que alejé mis manos de las dos orejas, (en un momento pensé en tocar las tres orejas al mismo tiempo, pero no supe cómo, entonces abandoné ese pensamiento), y al dejar de tocarlas, sentí cómo la oreja me hablaba. Me dijo algo acerca del buddhismo tibetano.

Luego ocurrió lo mismo con un pie, con mis dedos, mi lengua; cada uno de mis órganos se duplicaba y todos quedaban desperdigados y se transformaban, algunos en cuerpos humanos de distintos tamaños, otros en animales, algunos reconocibles, y otros simplemente como cuerpos soñados, con cabellos de flora inasible.
Al duplicarse, mi ceja de alameda se alejaba de mí.
El blanco de mi habitación se llenó de reflejos y colores cambiantes; ya no fue cuadrada ni blanca, comenzó a adquirir una inmensidad de formas y dimensiones, por momentos varias a la vez, y el tamaño de ese espacio fue el necesario para contener, ya no sólo a mó, sino a todo ese universo que se estaba empezando a gestar.
Los átomos de todos esos seres de los cuales pude contemplar su génesis, también se multiplicaron y se transformaron en hermosas galaxias atiborradas de colores que no cabían en mi percepción.
Entre la inmensidad poblada, yo podía reconocer a mis fragmentos transmutados, entre ellos, mi ojo izquierdo era un satélite, y se alejaban quazars hechos de neuronas.
En un momento estuve parado sobre mi cráneo duplicado, todo circundado por un tenue firmamento de mielina, donde se levantaba un sol glandular, nubes de epitelios se esparcían tranquilamente, pestañas como aves en lontananza, dientes dólmenes construídos por civilizaciones inexistentes, protuberancias montañosas, una rodilla vuelta arena, ríos plasmáticos, todo expandiéndose y mutando sus colores vertiginosamente.
Cuando esa vorágine se detuvo, escuché algo que me recordó a mi canto primigenio, aquel primer sonido que escuché, pero ahora el canto estaba traducido en aves, grillos, viento, voces humanas, agua en movimiento, ahora mi antiguo canto tenía sentido.
Observé a todos los humanos, hombres y mujeres, a todos los seres y accidentes geográficos, y al profundo universo que me acompañaba, y luego me miré, pero ya no me sentí a mí mismo como eje y quise mirarme desde fuera de mí; entonces mi visión, como si fuese un líquido inmaterial, embebió a todo el universo, el cual se plagó de ojos que me miraron. Yo me miraba desde el universo, me miraba a mí mismo y ya no había diferencia.
Pero luego, en el lugar donde yo veía a mi cuerpo, lo que vi fue, nuevamente, al señor del impermeable y el sombrero, que esta vez tenía frutas sobre la cabeza y, flotando, había adquirido una posición similar a la del dios Shiva. Me dijo, mirando hacia mis incontables ojos, me dijo: "la eternidad no está formada por una infinita suceción de instantes; la eternidad, es el interior del instante, bebé".

¿desde dónde estoy escribiendo ahora, y con qué manos?



Francisco Garrido (2011)

Jardín nictálope

"y en los jardines de su mente hay estatuas que ella debe pulir" (Carlos Alberto García)



jardín
voz que irrumpe en un jardín
la voz de un jardín que irrumpe
en la realidad

tapiz ubicuo de la realidad
la realidad como un tapiz ubicuo
que refleja un jardín
donde una voz irrumpe
y sus ecos

ecos que guardan cada uno un jardín
jardín que guarda los ecos
que entretejen un tapiz donde la realidad
irrumpe en medio de una voz

el tapiz de una voz
que entreteje realidades como ecos
de jardines que irrumpen
en el centro de algo ubicuo
que parece ser la noche
y que me está mirando.


Francisco Garrido (2011)

Relámpago de esmeralda

Relámpago de esmeralda,
paisaje al cual acercarme en silencio;
un fulgor cobrizo que constantemente tañe en tus cabellos,
que son grillos atravesando el trance de la madrugada.

Tus palabras, rumor de vendimias
que me llega desde comarcas detrás del ocaso,
donde habito cuando la piel es sólo isla;
la mirada donde el verdor inconsciente de las uvas
juega como un ritual,
imprimiéndose en mi región sensible.



Francisco Garrido

Grito en una ceremonia imposible

voy a gritar,
grito que voy a gritar
como si yo mismo fuera el eco de mi alarido inminente,
inmanente, intrínseco e intrincado en mi lengua

y grito una sola e inaplazable música,
pero no un grito gregario,
sino un grito exhaustivo y resignificado
que me repliega o me catapulta.

grito que en su avidez de ser isla,
procura un vacío
del cual se diferencia por las paredes del grito,
(fronteras difusas)
ellas constituídas por un silencio solidificado
por cuerpos de silencios absortos.

grito humano,
que de tan humano ya sólo es únicamente grito,
y no como subterfugio florido,
que es el cauce del grito,
urdido en la mañana en su intento de paliar al grito.

grito nave,
como legión,
en lid,
grito-vagina que le pregunta al cosmos,
grito que es conducido en caravana de siglos
hasta la cumbre de su propio abismo.

grito en una ceremonia imposible.


Francisco Garrido (2011)

¿cómo transferir algo que ni yo mismo consigo abarcar?.

¿cómo transferir algo que ni yo mismo consigo abarcar?.
 
no existe esa transferencia, salvo como un anhelo de transferencia.
 
anhelo de algo que sólo es anhelo, es la parte en un plano, de un todo que se da en otro plano, y entre esos dos planos, la sombra de un puente fisurado en algún intersticio de la región humana, el mapa de la mente como una flor pudriéndose desde hace siglos.
 
lo importante es que mi cuerpo es su propia vasija, y de pronto irrumpe una música que lo colma, una música que logra acallar a la tormenta de rostros de una intermitencia asimétrica, rostos de sexos deformados, glande de un grito oblongo y pesado, grave, mortuorio, con una gravidez de muerte.
pero, la importancia del continente de la piel, como una lupa prismática que multiplica a la música, ruiseñor enfebrecido con cerebro diamantino, que conmueve, que desguaza un desierto.
conmoción que, igualmente, no es idéntica al placer, parece mucho más un archipiélago, que incluye al dolor, como una serie de menhires a lo largo del esternón, suspiro que se crispa y exacerba, tomando la forma de una especie de yunque, gravitando en una zona indefinida de la sombra.
pero luego la sombra se torna iridiscente y de vidrio, posteriormente licuefacto, pero no quemante.

me recuesto para ser invadido por un hormigueo como lluvia debajo de la piel, lluvia apenas tibia, tibieza como voces en danza elíptica por el contorno de mi pecho, párpado petrificado, panoplia contemplada durante una hora, en la penumbra, meseta gris, pecho.
 
muerte zumbido que ya no atraviesa mi nuca, ojo transido por el om, aparición, yo sigo recostado como un cauce, transido por la aparición, imagen en todas las direcciones y en todas las puertas, imagen profusa, imagen proyectada sobre su posterior ausencia, grabada en el mar, indiferencia diluída.
mis sentidos como varios túneles coralinos, abiertos en distintas direcciones, suspendidos, emitiendo un sonido que es el sonido que produciría un buddha al suspenderse, mis sentidos dispuestos en un mar que levita.
túneles de ojos ebúrneos, cada uno de los sentidos detallado en un libro celeste que es todos los sentidos indistintos.


Francisco Garrido (2011)

amor estafilococo

Oh!, dormidalia del paradisomne espacio lumínico
mi niña nimia nívea nirvana de luz adamantina
matinal manantial mandala que mana emanada de nada
nocturno néctar ignoto del dulcísimo y angélido abismo
mi ambrosía de galaxias y exégesis laser
pequeño cisnezén Nepal palideciendo todo resplandor abierto
neptúnel de astrales latitudes tales lágrimas
feérico céfiro zafiro seráfico
refleja espejamientos lunares que propician el abandono
de las aves vestidas de vestigios musicales
oigo tu aura me dice siempre y aniquila la incertidumbre
de los días pétreos olvidos
sé mi panoplia de estrellas y destellos inermes
que no dicen sólo rielan mi alma de toda vos voz luna
ya en tu mirar me reconozco al saberte universo
necesito amar al cosmos en tu esencia
para sumirnos en una infinitud desnuda de tiempo.

tu voz me hace pensar en aquello que no vi nunca,
que soy y desconozco,
así logro descifrar el lenguaje del solsticio.

tus ojos me otoñizan
me embeben el alma de nostalgia
por eso:
mi sublime pez
mi extremadamente miel
mi querubedén
mi sideraldelicia;
sólo anhelo ser pleamar de tu pleno amor
eclipsame
me nihilizo
me desmitificas
te pluscuanvenero.


Francisco Garrido (2005)

martes, 20 de septiembre de 2011

Jardín hablándome

Reconozco tus gestos
como un jardín inexpresable,
son los gestos del alba;
y cuando se despliega tu voz
con enredaderas que construyen
la piel de una música,
es la voz del entresueño
apenas interferido por el rocío,
mas, tu hablar de abanico encandilante
conduciéndome hacia la región
donde todavía soy un coral estremecido,
un niño que no espera;
lugar cercano a inteligir tus pasos,
intuir el lenguaje
hacia tu firmamento sensible.
Faro donde confluyen flores,
madrugadas, hebras de sueño;
ave tenue de ojos minerales,
los ecos de tu paisaje reverberan
en la cúpula celeste.



Francisco Garrido (2011)

Ilustración de Juan Manuel Plana Sabatez

El silencio, sí

el silencio abierto como una corola
de un color que podría ser cualquiera de los días,
y el silencio que confecciona cigarrillos y páramos,
y hace que el tiempo adquiera una elegancia de telaraña

el silencio, sí,
y la estampilla displicente, que no entiende
que cuando digo nuca del delirio,
hablo de ese millar de peces.



Francisco Garrido (2011)

Juan Manuel Plana Sabatez

Liv Ullman, en el film Persona, de Ingmar Bergman

Canción

sólo en diálogo con tu color,
este paisaje se manifiesta;
quiero explorarlo,
y cuando la aurora me muestra que sos real,
punto de fuga de tantas luces,
me siento parte del fulgor,
me siento parte...

todavía no me había situado adonde estaba,
e irrumpiste como una ventana
hacia un sol en forma de fractal,
brillando alrededor de mí,
un emisor de luz, girando sobre los mares
girando vos, sobre vos misma
girando

surcada por miles de noches,
tu voz se transparenta,
y cuando el tiempo se estremece,
tu voz se transparenta,
y el sol se transparenta
mostrándome el lenguaje
que te forma cada día.



Francisco Garrido (2011)

El club de los discómanos

a Hugo Guerrero Martinheitz


en la habitación con musgo
gran bloque de la selva
me hablaba como por un tunel cálido
de danzas lentamente desplegadas
en una meseta amiga

encadenados,
los boleros hervían incesantemente
en un volcán de té con limón

ya mis antepasados fueron envueltos
por esa voz, sísmicamente amable,
envolvente como pan
del color del ocaso magnético

robusta merienda tronando en mi pecho
dispuesto a recibir y aprehender
toda esa música.



Francisco Garrido (2011)

Ilustración de Juan Manuel Plana Sabatez

Perplejidad que es amor

toda espejismo luciérnaga
acendrada de espejos
terruño de la piel ensimismada
con extremidades nutrias
mantos de miradas espirales
te me veo al mar
aquella danza
habla
virando
simple nocturna ambivalencia
decodificada en suspiros
la maraña urgente de escaleras
esfumando sol a la vez madre.



Francisco Garrido (2007)

Pequeña turbulencia que me nombra

pequeña turbulencia que me nombra
y aparezco en un páramo turquesa
y dulce
y en mí, las raíces de todo lo quieto
se iluminan
cuando los ojos que me cubren el alma de nenúfares
ojos que vibran el silencio
con una eterna aurora boreal que los habita.



Francisco Garrido(2007)

You must believe in spring.

Un solo movimiento milimetral del dedo meñique de mi pie izquierdo, y altero el cosmos.
Y es que todo es un periplo espacial y temporal, y mis átomos van mutando, en este instante, junto a mi pensamiento, en el que tu recuerdo, tu imagen, el sonido de tu voz que percibí en otro instante ya esfumado del presente, surge inexorable y maravilloso, y también triste, como los ecos de algunas antiguas melodías grisáceas que alguna vez interpretó Bill Evans en un piano que sollozaba otoño.

Esa misma melodía es tu recuerdo, y la memoria es un piano desterrado del ocaso, porque interrumpía el sueño de mis duendes de violetas, esos duendes un tanto susceptibles, que se ríen y me gritan tu nombre y hasta a veces me hacen llorar.

Lo lindo, es que este recorrido que mi dedo ejecuta a través de un conglomerado de realidades superpuestas, mientras tu imagen surge de lo subliminal del pensamiento,
emanará ciertas vibraciones energéticas que rebotarán en algún astro desprevenido y arcano, y llegarán hacia ti y te harán una casi imperceptible cosquilla en el corazón, y latirá más fuerte, sabiendo que en ese instante alguien te ama.


Francisco Garrido (2004)

Ilustración de Juan Manuel Plana Sabatez.

Panal

aquel panal de instantes
que defino como yo
a mis células sin recuerdo
mientras transito el aire
a veces hielo
o otras violines que emanan
esos que habitan acurrucados
en las grietas de la hojarasca
en dulce ceremonia

es sólo uno
una, las mentes
pobladas de instantes
pero sí divididas por el rayo primitivo
de aquel sol que nos contempla

esto, más, las manos
pero
la sumisión a lo tangible
y sus cuerpos sombras transeúntes

es uno, sí,
el instante al florecer
el mismo
pero mutando sus ropas
y eclipsado por el muro transparente
atrás del color que nos habla
para ya no procrear la sombra
y callar.



Francisco Garrido (2007)

Soneto a Sancineto (¡al querido Mosqui!)


Es un ser de creatividad repleto,
su delirio sin par comprende un hito,
con su improvisación, y no es un mito,
nos revela su corazón inquieto.

Lo acompaña en este lúdico rito,
la connivencia de trasnochadores,
él es maestro de improvisadores,
y entre los animales es mosquito.

Expresar mi admiración necesito,
por quien logra, feliz, en su arte neto,
demostrar su locura sin prurito.

Espero haya gustado este soneto,
que una noche, mirando el infinito,
le dediqué a Mosquito Sancineto!.



Francisco Garrido (2010)
1
el amor,
mil quinientos treinta y cuatro elefantes
que revolotean, revolotean, revoloteran,
justo aquí,
en mi aorta.

2
bruma descalza de agosto
ya no esperes la vendimia de los pájaros
los antiguos diamantes del ocaso
han huido, ya ves, han huido hacia las sombras
de un puerto sin fe.

3
el volver a mí
desde múltiples lluvias vanales
y la mendicidad de un piano estancado y ascético
cual un trapecio de otoño que bosteza flores.
dialogar con el reflejo de los céspedes lunares
y los exámenes del viento.

A Tristán Tzara

música me hace cosquillas
sonido
forma
globo ocular
ser se expande expande
insoportablemente voluptuoso
poesía
adentro lirismo tiemblavibra
dulce suave entomología
arrogancia de feto
eternidad.



Francico Garrido (2003)

Como homenaje a Tristan Tzara, una foto de Philippe Soupault, otro dadaísta.

Demencial ambrosía

devoro el rayo indescriptible,
ya no soy de acá;
en mi interior
mis párpados proyectan
la aurora boreal.

la tierra
se embebe de mirar,
y así, los páramos,
manos,
¡palpítanme!

con su demencial ambrosía,
demencial ambrosía,
ambrosía.
demencial.


Francisco Garrido (2007)

domingo, 11 de septiembre de 2011

E

ríe
y sé mi puerta
luego
al alba
los fragmentos de la lluvia
ya se han ido
pero
no me alcanza
sin ser música.


Francisco Garrido (2004)

saciedad

abrió un ojo.
subió la escalera.
llegó a la terraza y se desplegó y se dispuso a contemplar el amanecer.
el amanecer puso cara de madre y le habló, pero de todas las palabras que el amanecer le dijo, él sólo entendió "tiempo", entonces adentro suyo se abrió una puerta.
las otras palabras liberadas por el amanecer se perdieron entre las hojas de los árboles de una plaza que él había cenado la noche anterior.
él puso cara de baldío.
cuando hubo terminado de deglutir la plaza, con faroles y todo, su mente eyaculó una playa violeta.
cerró un ojo.


Francisco Garrido (2009)

jueves, 8 de septiembre de 2011

persistencia retiniana

quiero agarrar y neutralizar todas mis imágenes,
para ser esta imagen,
pero para eso debo proyectarlas todas,
aunque sea en vos,
específicamente en vos,
proyectarlas y despojármelas y que sean tuyas y que me habites,
pero para eso debe herirme este sueño
que rebalsa toda su primavera en mí,
en mi cántaro,
y aparece frente a mí esta playa sólo hecha de mente,
mientras yo dormía.


Francisco Garrido (2008)

Buster Keaton en la película Film, dirigida por Alan Schneider con guión de Samuel Beckett.

Conversations with myself, 'round midnight

luna
luna ramificándose
reflejos de luna stroboscópica que sigue ramificándose
alrededor de mi cabeza somnolienta
muchas lunas empañadas, entrecerradas, que giran
en la penumbra de una cámara de nogal
en la cual existo como una leve hoguera
y los pasos enraizados
hasta dejarse caer en la oscura y dormida diafanidad de la madera
las escaleras que se desplazan
hasta el altillo adormilado de un suspiro
celebración de frutas secas y y corteza de madrugada
vuelvo a decir madrugada, y un valle para entronizarla
enlazada con el dorso de una voz levemente ausente
que exhala su ausencia leve
y se escapa y se deshoja

son hojas tan tenuemente heridas
son dedos de antorchas recién apagadas
son párpados nacarados
graves como
noche condensada en un bosque inevitable
abismo coloquial que cabe en una mano extendida
insomne voz que alcanza mi orilla
y que implosiona en innumerables paisajes rupestres
en las paredes de mis huesos imprevistos
no sin cierta ternura milenaria

oh, suspiro advenedizo
torax empavesado como una catedral!


Francisco Garrido (2011)

martes, 6 de septiembre de 2011

respuesta a quien le responde a mi vacío sin saberlo

ante mis pies nebulosos
ante mi consciencia enclaustrada en una piedra
ante el musgo de una sombra enredada
y el cielo sin peces de un suspiro

ante el vivero de palabras tan recien nacidas
que aún no adquirieron sentido ni forma
y la mudez replegada en la piel mas inmutable
que salta al vórtice de una sinfonía ciclópea de angustias petrificadas

ante todo ese conjunto arbitrario
surge un eclipse de amapolas que replica a todo abismo
un ser que cierra una ecuación
y abre la ternura empecinada de los amaneceres

ser que tiene ojos con iris de crisálida,
de un mirar rupestre que comprende panales y esmeraldas
ojos de muérdago sin domesticar
pestañas de juncos indelebles
cejas como dinteles de mi vida

ser con una voz que concentra un sol que eclosiona y canta
mirándose en el aire
voz que al sonar destila un brevaje insólito
pleno de gorriones que atraviesan el papiro de la tarde
dejando grabado el polen de mis estremecimientos

una voz reververando en mi gruta de espera
unos pasos intentando traducir galaxias recientes
una piel de trigo y arpas.



Francisco Garrido (2011)

viernes, 2 de septiembre de 2011

sueño anterior

antes
antes de mí
cuando mi sangre
aún no estaba poblada
de palabras
de ventanas

sumergido
en pleamar del color
del sueño
habitaba (sin ser)
el interior del aire

pero ahora
que el color me habla
pido a tu voz
que me vista con el día:
mapa tibio
con hilos
y aves
que duermen de luz blanca

día vos
tan flor silente
pero nada:
tu sombra no sos
no me abriga el eco tuyo
que gotea
sólo el viaje quieto
por un puente de voces
y de frío
y chau

cambialo
por el mar aquel
de manos tuyas
que desenlazan
de la verde luna
el soplo
en las alas madrugadas
que tejen los caminos
los ojos que son grutas
donde el solaz
de fulgor danza

entonces
vestite ya de selva
de destellos
de enigmas
y sólo queda ser los cisnes
que extraviaron el invierno
sus metales.


Francisco Garrido (2006)

La tristesse du roi, de Henri Matisse.

nocturno estupefaciente


Sentado sobre el amplio piso de mármol,
con un "gaulois" entre los labios,
contemplo el diáfano atardecer
derretirse ante mis ojos.

En la sutil atmósfera otoñal,
impera un aroma de oboe y de violines
escapados de un nocturno de Debussy.

Desde el horizonte,
los ecos agridulces de una séptima mayor
me acarician las sienes con una ebullición
de mil gaviotas de la isla de Madagascar,

y las magnolias del jardín,
tan iguales a tus senos,
ríen; ríen como la lluvia
con su risa de vidrios rotos.

Más tarde,
al extinguirse el día,
la noche eyacula
un paroxismo de luciérnagas.


Francisco Garrido (2003)

Arthur Rimbaud, por Jean-Louis Forain.

a la experiencia de ver un cuadro de Xul Solar


el ser es el poema
yo sólo lo divago
lo miento en círculos lo respiro de alba al sur de mí
lo camino locamente y lo vuelvo pisando los restos
exiliados de otras nadas
lo recorro diariamente desnudo de habla
y con el corazón hervido en llantos
le pongo la máscara de perro azul que canta en los
carteles
y lo salgo a la calle
me visto con el sin el me inundo de sonidos
eléctricos
y es triste
a cada instante luego resguardado en acuarios de
humo
arriba del colectivo sentado en mis orejas
para que escuche a las abejas vestidas de
ausencia
preludiando las baldosas de los patios con
charquitos
de almas
las niñas de mis dedos lo solfean en la cima
ardiendo
de los plátanos salvajes
lo vengo arrastrando desde hace tiempos hechos
de arena
veo a los gatos de frac de cartón tomando mate
en la cornisa del desconsuelo
y los albergo en el silencio de la noche virgen.


Francisco Garrido (2005)

nada muros

(a samuel becket)

muros
muros
no
ni uno
ni nada
ni un portal incierto
que desvele la mirada
un único campo visual
expansión de un solo ojo universo
omniverso
y fuera de él
nada


pero no
no
no hay portales
que desvelen
susurren
o enciendan el azul
inmóvil
que no logra pensarse
más que en latidos muertos
dentro de sí mismos
latidos
dentro
mudos ya
muros mudos
ataviados con mortaja espermatozoide
y cabellos trinos
con médula de sombra rutilante
en la cual me hallo
me fundo
ausente de mí mismo
de mí

sólo levitando
en el vórtice
del vórtice
del tálamo abismal
de la duda
sobre espinas
de niebla

y como único remanso:
el del cansancio
el cansancio
que puebla tu
mi cosmos
interno de árbol
y se ramifica
en cauces
de diapasones
con corola vítrea
con esteros
estertores enceguecidos
que bien saben nutrirse
de la resina
de los sueños fenecidos

y los ecos del dolor
proyectan su propio hastío
ajeno
sobre las nervaduras
acuáticas
de la palma de la mano
del aire
consternado
gélido

el cual yo habito
y se persigue
en cada perla
del llanto ancestral
de los más íntimos
muros
de la nada.


Francisco Garrido (2006)

Imágenes: Salerno, Italia, 1933, El muro de Berlin, Niños jugando en el muro d Berlin, y Niños jugando en las ruinas, sevilla, 1933.
Fotos de Henri Cartier-Bresson

jueves, 1 de septiembre de 2011

año transparente


año transparente
lago de dolor
cada imagen que mi mano absorbe y que sólo
puedo erigir sobre opacidades
bosque incógnita noche
sacame tu dendrita
me pudre
me aprisiona sienes como témpanos
y ese no decir es la isla
esa lengua en mi cerebro
enorme
recién nacido
tan relámpago como inercia de lágrimas
flagelo súbito de imposibilidad
la cual embebo de crispada iridiscencia
a cada instante vestido de mirar
hay una escalera incrustada en la flor de mi tristeza
y ahí vos
mirándome desde atrás de los días
pero el mapa de las heridas está en mi nuca
parece un desierto constelado de ideas
todas estremecen el llamado inasible
tiritan un cielo que amamanta
lejanía
vos
se la niña de voz celeste
atravesá descalza playas en mi pecho
me dispongo a virar en tu sonrisa huracanada
puente hacia valles que susurran un patio en tu
alma.


Francisco Garrido (2008)

Match woman, Francis Picabia, 1925

sin título


trago un océano nimbado de pregunta
y eso es vivir
ser una parcela de silencio
y vibrar
vibrar como un bosque en una llama de quietud
seleccionar un árbol que sirva de útero para mi luz
exhausta
y no esperen que diga
pero sí
también están los pastizales que amanecen mi piel
con los reflejos
tan impacientes y recobrando el verdor ceremonial
que intenta descifrarme
el amanecer es una habitación en algún rincón de
mi cráneo
a veces la busco y toco sus paredes
y mi percepción se detiene, para danzar alrededor
de sí misma
con un ímpetu de fulgor heliocéntrico
en eso consiste el ritual
y miro.


Francisco Garrido (2008)

miércoles, 31 de agosto de 2011

pie fractal

mi mente yacía en la sonrisa de un canto nebuloso
y mas allá, las planicies blancas
sin saber las grises constelaciones
prados de rigurosas campanas
erigidas como un grito
junto a mi osamenta de barro adormecido
mi corazón de vástago expandía su fulgor entre la espuma
conformando una voz circular
mi sangre era espejo que contenía el silencio
de las bóvedas que trascienden el párpado del cielo
y los sueños enmarañados en la cima de sus ecos
deletreando felizmente la conjunción de átomos del nudo verde
y no me preguntaba el intervalo entre tu cuerpo y esos astros
tu cuerpo de amable fractal



Francisco Garrido 17/11/2008

Paisaje con casas, de Juan Gris

Tango, ma non troppo


ya no me importa la fanfarria de los puentes,
los almibarados espectros náufragos crisoles boreales
y su confesión de hojarasca;
las plazas que atardecen reflejos agónicos
de cigarrillo que se apaga;
la madrugada con esencia de fragata,
con su himen de ensueño;
el horizonte mandarino con antifaz de hurón sumo pontífice
que aplaude a la nada enardecida
para luego desmembrarse en tristes fibras mendicantes;
las pupilas de luna asfaltada y el ulular del fango.


Francisco Garrido (2006)

Juan Ranieri. Los beneficios de la miseria en la República Argentina. 2007

Ruby my dear

escucho aquella versión de ruby my dear, por Monk y Trane, y afuera de los muros blancos, vislumbro la lluvia despeinada, me pregunto donde termina cada nota para ser gota, para ser hambre, penumbras, mísera luminosidad. El solo de piano de monk es como una pantalla gris de la cual emanan pájaros, es como una circunferencia doliente que guarda la conciencia de piedras exhaustas, sigo preguntándome si cada jirón del momento puede copular con el anclaje de humo de otro momento olvidado, en que punto insípido de su planicie puede tomar color de tierra, y renacer al barro inhóspito, o si solo es la ropa del diluvio, agua inmóvil de mi alma, recubierta de colores enceguecidos, a los cuales me obstino en nombrar con hojas secas y nombres ausentes, y tus ojos que me recuerdan a lo que excede a la cápsula de mi vida.
destello de su iris constelado, túnel hacia dulces precipicios, océanos en trance, que irrumpen con sus luces de ternura enmarañada, por los pasadizos quietos de mi corazón flotante.


Francisco Garrido (septiembre, 2007)


templo central donde fluye


templo central donde fluye
alguna vez fue la herida por donde la luminosidad quebraba mi habitáculo de dulce penumbra
agua de sombra sin memoria
estero del sueño invisible anterior al espejo que tejen mis sentidos
(escición a la cual me obstino en adjudicarme)
tu voz de silencio coralino me impele hacia tu ciénaga de fulgor de sal desde una dualidad de pétalos
donde dormir el fuego
párpado magnético transido de alba
selva hipnótica donde extraviar las palabras
que recubren el color de mi mente
quiero volver para emanarme
que ya no sea yo, sino todo en mi
en el sol que nace de mi cetro para fundirme en tu océano espiral doliente
donde habita el universo como una mirada de topacio
mirada eterna que solo se mira a si misma.


Francisco Garrido (marzo de 2007)

escritura semi-automática


si
el yo número me brizna
me catapulto hacia el centro de mi sombra y digo
y al decir
paladar de tierra
y todo ensimismado trashuma sin saber los
cañaverales
las humaredas vastas
ocaso de manos
ya
vida que me rielas
salvaguardándome cadenas
ansias sin más pregunta que la lumbre misma
candor sumergido
simiente feto que sonríe delfines en los páramos
vivero del sueño
tanta pupila de dulzor anfibio.


Francisco Garrido (2008)

lullaby

mirada de muros tibios
de mármol herido por la lluvia
grieta en el sabor del otoño
que sueña las pieles entrecortadas de hojas
de olvido de vientos espirales
mar ausente
vida pequeña luminosamente frágil
va fluyendo dulce por los túneles
de la sangre del lirio sin señales
gritando humo
te nombro y empieza a desencadenar en el silencio:
labio
burbuja
papel
sonrisa fluvial
sueño que amanece la pupila del agua
ondas concéntricas en mi pecho
risas
la tarde es de té
me inunda de tibieza
de mi esternón sale el tren
solo al nombrarte de gruta dentro de mí
de aves agridulces
sos este horizonte dormido entre mis sienes.


Francisco Garrido (2007)

Torre del Greco de Alexander Andreyevich Ivanov.

a la espera

suspensión sobre gemido azul tornado en las
arenas de tu piel
lento las vigilias son de luz intransigente aguas
capullo
sin mentes mares cuatro los pies alados mariposas
al cristal
reververancias que rebotan a tu cielo
mata esta pesadumbre de rojos ambulantes
glu glu los pastizales mueren sal en la memoria
abrir de nuevo los confines inmutables
rey apaciblemente atroz lame luna
al aire despojado de magnolias estelares
magnetización del hálito azulino oscuro
agropecuario verde
salto a tu pupila de nieblas oculares imaginarias
deslumbra mi maniquí petrificado
de amores tropicales tempestad asmática
miradas atardecidas dialogan toda su aparición
desnudando máscaras sin tiempo
los nubarrones silenciosos sin mí por vez primera
que triste la gravitación de tus orejas
preciosas como diamantes vestigios del corazón
ornitológico
entiendo los mapas sin salvación cuando ya no
memoria sufre
mi ceja abandonada por tus bordes manchas de
sinsabor
en mi vástago que duerme al atardecer mira
sin sensación tus pestañas crisálidas de luces
amables
de faros castigados por tus lenguas
calla las manzanas abiertas al bosque somnoliento
hadas migratorias razones apagadas acuarelas de
nada
abrigan mi pecho atizando su hermosura espectral
dominios del tiempo se me escapa de manos
salvajes
ideas sin criar
las primaveras no sabrán de la existencia
apaciguada
princesa acústica y marfiles de cansancios
maltratados
de saliva hacia atrás las nubes convocan la partida
a los fieles espacios luminosos florecidos de
sandías especiales
fósforo adioses desiertos al morir

mirar
miruar
mar
mir
mur
lamer
la
mer.












Francisco Garrido (diciembre de 2004)

Imagen: A L'Heure de l'observatoire y Les amants, foto de Man Ray, año 1936

lunes, 29 de agosto de 2011

metempsicosis


las oscuras lampreas que traspasan
la inmensidad oculta
desfallecen en muecas disecadas
nada saben del desierto taciturno
olvidaron la absorción solar
de las calles en silencio
que es como una música agria
de peldaños que hacen frío
centelleante es el nombre
cuando desnuda sus pupilas
amedrentadas por el fuego
si la noche se lastima
sólo entonces sabrán de mi partida
hacia el sonido más callado
y doliente de la luz.


Francisco Garrido (2006)


Imagen: Sirena azul, de Marc Chagall

she sustain the wings


hecha de luna
de aluna lunesinada
de nada
de palabras
palabras y esférulas
de aire
silencio y aire
y acaso de ocaso
de alma
de auralma
de eclípsique
de abismos
de fragmentos
de luminosidad
de interestelágrimas
de cisnema
de alteraciones ectoplasmáticas
sucumbidas por antiguos mundos
de amor
de gris
de mi
de si
de fin
de sin de sol de sal y azul
de ser
hecha de.


Francisco Garrido (2004)

Composition with Gray and Light Brown, de Piet Mondrian, 1918

poema


infancia
latido inabarcable
savia de amanecer soñado en los campanarios de
mi mente
desde donde mirarte
y sos la aurora boreal
que refleja los días
islas claras
o múltiples ventanas y entre sus bosques
puertas encendidas de ya no pensar abismos
y un destello que nutre a los espejos de alucinada
blancura
y ahí es cuando intento decir
esfinge
o risa hilvanada a través del alba como una
cascada de reflejos
con pies de lirios conmovidos de ser tanta música
luciérnaga
y mis ojos comienzan a parir jardines
y te veo edificándome el sueño sin saberlo.


Francisco Garrido (2008)

The Steps At Vetheuil. Óleo sobre tela. 1881. De Claude Monet

escritura semi-automática


si
el yo número me brizna
me catapulto hacia el centro de mi sombra y digo
y al decir
paladar de tierra
y todo ensimismado trashuma sin saber los
cañaverales
las humaredas vastas
ocaso de manos
ya
vida que me rielas
salvaguardándome cadenas
ansias sin más pregunta que la lumbre misma
candor sumergido
simiente feto que sonríe delfines en los páramos
vivero del sueño
tanta pupila de dulzor anfibio.


Francisco Garrido (2008)

samadhi


muero
los pájaros premonitorios del alba
ya lo soy verde fuego que grita
en el corazón del viento
y me dispongo a renacer
en el solo loto cósmico
atravesando la ceremonia de las luces
que tejen el aire
la mansedumbre de los puertos
la infancia que se expande
con manos de radar antiguo
y que transmigra hacia el tan inmutable instante
con su danza de las esporas lumínicas
y nadas dalias anónimas que levitan
en la omniversal conjunción de todo lo existente
ya soy y sólo deseo sumirme en ATMAN que
refulge
con soles y ojos de eterno recién nacido.


Francisco Garrido (2005)

Mandala tibetano.

paradigma Iridiscente

la pregunta
es esa puerta desnuda


fulgor inerte
que vislumbra sus raíces
inmemoriales

amalgamadas
al silencio
de los cuencos lunares

con descalzos jardines
que dormitan

entonces

ahora

que yo
donde yo
mi alma

en la savia inmaterial
de las piedras

en la sombra
del dromedario

en la corteza del ensueño
al exudar demencia

en el océano
que no habla.


Francisco Garrid (2006)

Imagen: cuadro de Paul Signac