jueves, 22 de septiembre de 2011

Yo-bolsa-huevo-estómago-cosa, para luego el universo

Podría afirmar que yo estaba sumido, contenido, encriptado en una suerte de cigoto inconsistente y amorfo, una simiente espectral de fronteras difusas, fronteras que no podría decir ciertamente de qué otra cosa la separaban; podría decir que yo era incluído por una legumbre casi animal, de un color blanco, pero más pálido que el blanco, un blanco cercano al vacío, y yo morando en esa cosa-estómago hermético, era como una noria pero inmovil, inmovil quizás por una ausencia de tiempo, tiempo ausente, quizás, por la ausencia de movilidad, y de cualquier tipo de acción posible: yo, insistente en mi inactividad. Podría detallar minuciosamente esa inactividad, diciendo que simplemente no hacía nada; también podría arriesgarme a conjeturar, por ejemplo, que esa bolsa era parte de un dios marsupial, algo parecido a un demiurgo invisible, (como todo buen demiurgo), del cual yo era algo parecido a un vástago.
Podría afirmar, o simplemente sugerir cualquiera de las posibilidades ya enumeradas, pero no, porque me faltó un detalle sustancial, y es que, así como las fronteras, la terminación de esa bolsa-huevo-estómago-cosa, eran muy poco definidas; la frontera entre yo mismo y la cosa continente era, en un principio, inexistente; yo y la bolsa estábamos unidos, confundidos mutuamente, esto dicho, claro está, comparando ese estado con la posterior separación pero, en esa misma instancia, ignorando esa separación, éramos simplemente una unidad; no éramos, era.
Tampoco sé exactamente en qué momento comenzó la escición, mediante la cual yo me fui transformando en esto que ahora me atrevo a denominar "yo"; pero aconteció, y con mucha naturalidad, sin premura, sin dolor alguno, gentilmente, en un instante, durante siglos, durante siglos de intantes, que como fueron todos el mismo instante, entonces sólo fue in instante; si bien no podría especificar el contexto de ese instante, puedo decir que sí, que en un momento ya éramos yo y mi continente; yo compuesto de un algo neutro y homogéneo; no sé si referirme a mi antigua composición como "materia", pero ese es otro asunto.

En un momento, una región de mí se erigió en mí mismo, y comenzó a tomar algo familiar a una forma; esa parte se volvió como una bellota fláccida, como un músculo graso, pero habitado por pequeños árboles eléctricos interconectados entre sí; creo que era un cerebro.

De pronto, anhelé poseer una voz; creo que nunca antes había anhelado; todo comenzó por el anhelo y la intención de tener una voz, y la voluntad que empezó a propagarse hacia afuera de sí misma, como una explosión, y se estiró, volviéndose como un silbido, pero todavía no estaba el sonido del silbido, ni donde propagarse, por lo cual, antes que el sonido aconteció el espacio que luego ocuparía el sonido. Antes que el silbido surgió un tunel sinuoso, todo lleno de vacío, vacío que de a poco se fue revirtiendo para volverse sonido, sonido tangible y vibrante, y el medio se volvió propicio para que este sonido exista y permanezca.

Yo levitaba y gravitaba, ya consciente, y emitía esa vibración que era como una pregunta ritual, y a su vez una respuesta a mi nueva condición de ente consciente, y el silbido primigenio ya era el rumor de un "algo-parecido-a-un-mantra", pero no era un canto ceremonial enigmático, en un intento de ciega catapulta hacia un dios arcano; era un canto ritual, casi balbuceo, casi arrullo, que tiernamente intuía al infinito.

Creo que sería adecuado aclarar que ese canto carecía de palabras, ya que yo no tenía ningún tipo de lenguaje, y desconocía cualquier cosa parecida a un símbolo; y si bien ese canto, en un momento se convirtió en la repetición de sonidos cambiantes, tambien era prácticamente inarticulado, y no estaba compuesto de letras, letras como son las que ahora conozco; porque, por otra parte, ese canto era emitido por mí, que era un ser sin boca ni garganta, y era escuchado por mí, que era un ser sin oídos. Creo que era más bien una música para ser respirada. Cuando digo "música", no me refiero a una determinada forma o estructura de sonidos; digo "música" en lugar de sonido, para decir "sonido que toma consciencia, y se pregunta por qué ocupa el espacio que podría ocupar, no la ausencia de sonido sino la nada". Pregunta ritual.

Algo digno de atención es el hecho de que al principio del texto, cuando dije que estaba inmovil, me referí a mí mismo como una noria en estado de inmovilidad; con esto estoy dejando implícito que el movimiento estaba latente en mí, aunque en ese momento lo ignoraba, por lo cual no experimentaba mi quietud como ausencia de movimiento, ya que no podía compararla con la experiencia del movimiento.

Algo similar me sucedió con la música: en un momento comenzó a emitirse tan naturalmente que no tuve que hacer ningún tipo de esfuerzo más para que suene; era como si sonara por voluntad propia, y tanto me habitué a ella que me olvidé de cómo era la experiencia del silencio; entonces, esa música fue mi silencio.

Algo similar me sucedió con el movimiento: no sé bien cuál fue el momento exacto, pero sucedió que comencé a moverme, en un constante movimiento de rotación, constante pero lento; ahora sí puedo decir que era como una noria o, en fin, algo que se mueva en su eje; así era mi movimiento, y sucedía de una forma acorde al canto que emitía, no podría decir que giraba al ritmo de mi música, ya que mi canto todavía carecía de algo a lo que se pueda llamar ritmo, pero la música y el movimiento parecían retroalimentarse.

Repito que no sé cual fue el momento exacto en que, rompiendo la quietud, comencé a moverme; incluso, recién tomé conciencia del movimiento cuando ya se había iniciado. El no ser testigo del comienzo de las cosas que uno padece, como la existencia misma, (sin ir más lejos, o yendo lo más lejos que se pueda), nos recuerda que esas cosas, aún padeciéndolas, nos son ajenas.

Pero dejemos de lado las elucubraciones filosóficas, y concentrémonos en el movimiento; hasta ese momento había sido sólo un movimiento de rotación constante, y manteniendo una misma velocidad, pero de pronto, y ahí sí lo vi claramente, se agregó un nuevo movimiento: comencé a orbitar en torno al centro de donde me ubicaba, y la órbita se empezó a agrandar formando como una espiral, y al mismo tiempo la velocidad de la rotación aumentaba, y el canto se hacía más fuerte y más nítido, y todo eso junto comenzó a ejercer presión contra las paredes de mi habitáculo en forma de huevo, no sé si por algún tipo de energía, pero a medida de que se agrandaba el movimiento de orbitación, se hacía más rápido el movimiento de rotación, aumentaba el volumen del sonido, y se expandía mi habitáculo, todo al mismo tiempo, simétricamente, casi diría que con cierta trascendente elegancia.

En un punto de ese proceso, el crecimiento de todos mis hábitos, movimiento y "sonido", se detuvo y se mantuvo una misma intensidad; en esa instancia, me tranquilicé y miré hacia el centro, para ver en torno a qué orbitaba, y advertí, no sin asombro, que el lugar exacto que ocupaba yo en un principio, estaba ahora ocupado por una cápsula de vacío, con mi misma forma; vacío, pero un vacío denso, profuso, un vacío que parecía hacer presión hacia afuera, en un intento de expandirse hacia el no-vácio.

La frontera entre el vacío y el no-vacío parecía ser debil, y la cápsula comenzó a agrietarse, y se rompió; el vácio se transformó en un agujero que dejaba entrar un viento, un viento de color blanco, pero más pálido que el blanco, y ese viento llenó todo el espacio, expandiéndolo, y comenzo a erosionarme; mi movimiento de rotación, junto al viento que me circunbada, comenzaron a estirarme, me estiré hasta que fui una masa oblonga y alargada.

Aprovecho para decirles a los académicos, a los profesores, a los que estudian carreras universitarias, así como también a los que tienen cargos públicos, y a los que tienen familias bien estructuradas, a los críticos, a los ideólogos, a todo humano civilizado, ¿saben lo que es la inefable voluptuosidad de estirarse, todo uno, hasta saberse transformado en una masa oblonga y alargada?.

El viento de color blanco, embistiendo hacia todas direcciones, no sólo hacía que mi morada, hasta entonces circular, se expandiera, sino que tambiéien cambiara de forma, y se transformara progresivamente en un cuadrado blanco.

Yo continuaba siendo erosionado; el viento comenzó a darme forma, otras partes de mi masa se estiraron, las que fueron luego mis extremidades, pero todavía sin movilidad, y luego con cierta movilidad, pero sin el mínimo control de mi sobre ellas.

El viento me horadó en mi parte superior, produciendo un agujero cercano a ser una boca; el viento me infló interiormente, haciéndome hueco, empujó mi cerebro, único órgano que poseía hasta el momento, y que creo que también funcionaba como una especie de corazón o motor, ya que no eran latidos los que producía; en definitiva, mi cerebro fue empujado hacia la cumbre de mi masa, y la parte que funcionaba como corazón se separó de él; mi cebebro-corazón se separó como una ameba, y luego de siguió dividiendo hasta poblarme de órganos. A estas alturas, me sentí en condiciones de autoproclamarme humano, humano y desnudo.

El viento se detuvo, la extraña fuerza que lo empujaba parecía haber desaparecido (extraña fuerza, o desconocida, al menos para mí); cuando se hubo detenido, el viento fue sólo aire, aire apaciguado que llenaba toda mi habitación, y yo tambien me detuve, ya no rotaba, ya no orbitaba, ni siquiera flotaba; ahora estaba parado, erguido, ya humano, ubicado en el centro de mi actual habitación blanca y perfectamente cuadrada.

Miré en todas direcciones, aprovechando que ahora tenía ojos; antiguamente veía con toda mi masa, como si todo yo fuera una especie de ojo, pero la visión que tenía de esta forma estaba lejos de ser nítida como ahora sí lo era.

Por primera vez sentí la necesidad de cerrar mis nuevos ojos, los cerré por unos instantes, los abrí, y noté algo distinto, mi habitación seguía blanca, cuadrada, del mismo tamaño, pero frente a mis ojos había una puerta que antes no estaba.
***
Por supuesto que sobrevino el estupor, una legión de preguntas y muchos ensayos de respuestas, pero lo importante es que delante de mí, tenía una puerta; quizás lo que me respondería sería abrir esa puerta. No lo dudé más que unos instantes, y caminé los pasos que me separaban de la puerta, y cuando estuve justo delante de ella, la abrí. Del otro lado había un espejo; estaba perfectamente limpio y reflejaba claramente toda la habitación, pero en lugar de verme yo en el espejo, el que estaba en mi habitación era un molusco gigante, creo que era una ameba, pensé, y en ese momento sentí un ruido a mi derecha; miré, y vi a un hombre de sombrero e impermeable, con un libro en la mano, abierto en una hoja determinada, que se acercaba hacia mí. Con un dedo señalaba un relgón, y me dijo "perdón que me meta, pero... aquí en el diccionario dice que la ameba es un protozoario, un protozoario rizópodo, no un molusco", y luego de decir estas palabras volvió a desaparecer; yo pensé, "este señor, no sólo no se sabe de dónde proviene, sino que además, es telépata", y luego de eso me pregunté, "pero, ¿qué significa telépata"?... y ahí tomé conciencia del lenguaje y comprendí que sabía hablar. Volví a mirarme al espejo; allí continuaba aquella ameba que ocupaba el mismo lugar que yo; yo me miraba, y me veía con forma humana, miraba al espejo y veía al protozoario. Aprovechando que ahora sabía hablar, dije en voz alta: "protozoario", e instantáneamente vi cómo la ameba se empezaba a resquebrajar como si fuese de vidrio y se rompía, y sus fragmentos desaparecían.

Cerré la puerta, me di vuelta y vi que en el medio de la habitación, del techo, colgaba un columpio. Lo único que se me ocurrió hacer fue sentarme y columpiarme, y mientras me columpiaba, repetía en voz alta palabras que formaron a la escena anterior:

Espejo, protozoario, sombrero, puerta, libro, impermeable, telépata, hombre, molusco.

Puerta, libro, sombrero, molusco, telépata, espejo, impermeable, hombre, protozoario.

Hombre, espejo, molusco, imermeable, sombrero, protozoario, libro, puerta, telépata.

Molusco, puerta, hombre, espejo, libro, sombrero, telépata, protozoario, alameda.

¿alameda?. Apareció una nueva palabra; y si aparece alameda pueden aparecer otras, por ejemplo: antílope, fragua, azulejo, uva, precipicio, universo. Y cuando dije universo, me estremecí, sintiéndome nombrado...
Universo, universo, universo, universo, universo; suena muy lindo decirlo, y al decirlo sentirse circundado e incluído por lo nombrado.
Universo, sí, pero
¿por qué universo?.
No sé.
Y tras esa pregunta surgieron otras.
Estoy aquí, sí, pero, ¿soy libre aquí?. ¿En qué consiste la libertad?.
La libertad sería, principalmente, la libertad de elegir entre muchas opciones.
Si yo tengo por un lado la opción 1, por otro lado la opción 2, y por otro lado la opción 3, y puedo tener acceso a cualquiera de esas posibilidades, entonces puedo decir que soy libre para elegir.
Pero esta misma situación puede contemplarse de otro modo más abarcativo:
Si yo tengo por un lado opción 1, opción 2 y opción 3, y tengo por otro lado la nada, la más absoluta nada que incluya el hecho de yo mismo volver a no haber existido nunca, ¿tendría acceso a esa nada?; y si no tengo acceso a esa nada, a la total inexistencia, ¿puedo elegir el ser y todas sus ramificaciones?.
En ese caso, desear ser, quizás sería desear tener la opción de no ser y no haber sido, para poder no elegirla.

Ya dije más de una vez que mi habitación es blanca, que el viento que la moldeó era blanco; ahora voy a decir que al mirarme, advierto que yo mismo soy blanco; ¿pero si en ningún momento vi otro color para luego compararlo con el blanco...?, y si en ningún momento vi otros colores, ¿por qué sé de su existencia y los estoy nombrando?.
¿Por qué la habitación está iluminada si no veo ninguna luz?, ¿de dónde proviene la luz?, ¿será acaso que las paredes de la habitación son en realidad traslúcidas y que la luz viene desde afuera?.
Yo respiro, sí, pero la habitación es aparentemente hermética, si el aire que en un momento comencé a respirar es el que entró en forma de viento blanco, y luego la habitación volvió a ser hermética, ¿cómo se renueva el aire que respiro?; hace ya bastante tiempo que estoy respirando...
Nuevamente, no sé.
Me bajé del columpio. Vi como se transformaba en una especie de enredadera alrededor de una columna invisible, para luego desaparecer, sumiéndose en esa invisibilidad.

Yo ya estaba exhausto de tantas preguntas y de todo el esfuerzo que comprendió la mutación que viví desde un principio, desde mi génesis; voy a intentar dormir.
Me acosté sobre mi flanco derecho, para que mis órganos no pesen sobre mi corazón, y luego me puse en posición fetal, cerré los ojos; cerrar los ojos fue abrirlos en otro sitio. Intente recordar mi forma inicial, y fui una especie de enorme feto luminoso que titilaba, flotando en medio de una inmensidad oscura, tenebrosamente acogedora. Yo sentía mi condición de feto y mi tamaño descomunal, y luego me veía desde afuera, despersonalizado, y me reconocía, y corroboraba que yo era una especie de enorme feto luminoso que titilaba, flotando en medio de una inmensidad oscura.
Titilaba siempre con una misma frecuencia, hasta que de pronto dejé de titilar y en la última luz que solté, instantáneamente, sentí nuevamente mi cuerpo adulto y sentí deseos de balancearme, comencé a hacerlo levemente; mi cuerpo iba y volvía, iba y volvía, ya sin prestar mucha atención a cada movimiento, a la diferencia entre ir y volver, hasta que de pronto me di cuenta de que había un pequeño desfasaje al volver, y que la información de que volvía, llegaba a mi cerebro un fragmento de segundo tarde, por lo cual sentía que iba y volvía al mismo tiempo, o sea, empecé a sentir como que en lugar de ir y volver, hacia delante y hacia atrás, lo que hacía mi cuerpo era expandirse y contraerse, expandirse y contraerse; yo era un inmenso elástico de carne invertebrada, o quizás mis huesos tambien eran elásticos.
También me cansé de balancearme, de ir, de volver, de expandirme, de contraerme. Me quedé quieto y fui una isla. En silencio. Yo era una isla, una pequeña isla deshabitada, sin ninguna otra presencia humana, y sentía el agua apenas entibiada por el sol, cómo acariciaba con indiferencia los bordes de mi cuerpo. Yo era una isla y sentía gaviotas vertidas sobre mi piel, gaviotas como lágrimas de una tenue luz rojiza. Yo era una isla y tenía una palmera en el esternón. Yo era una isla en silencio.
Me desperté.
Tras incorporarme, volví a ser el mismo humano, en la misma habitación, blanca y perfectamente cuadrada.
Ahora que lo pienso, si luego de salir de esa habitación volviera a entrar, me sentiría encerrado, pero en ese momento, como nunca había salido, el hecho de estar en esa habitación lo vivía con total naturalidad, incluso con tranquilidad; creo que me intranquilizaba más la idea de salir que la idea de estar encerrado.
Al decir esto pareciera dejar implícito que luego saldría de la habitación, pero en realidad no fue exactamente eso lo que sucedió. ¿qué sucedió?.
La puerta, en un momento, desapareció pero antes de desaparecer, no sé cómo, estuvo ubicada en el techo durante un lapso indeterminado.
¿Cómo me mantenía yo vivo si no comía?
Nuevamente, tampoco lo sé.

Parado en mi habitación, miré hacia todos lados y lo único que vi fue una maceta con un malvón; me acerqué sigilosamente hacia la maceta y comencé a mirarla con ojos escrutadores, ojos escrutadores de macetas con malvones.
Me decidí a agarrarla, y en el instante en que mi mano tomó contacto con la maceta, en ese mismo instante comenzó a sonar una música; un piano que empezó a contruir jardines colgantes, y luego una orquesta produjo una música, y a cada golpe de violín, las flores se multiplicaban. Logré reconocer esa música: eran las granadas, interpretadas por Bill Evans con arreglos orquestales de Claus Ogerman, construyendo jardines colgantes, colgantes y giratorios, que danzaban alrededor de mí.
Bill Evans, la caligrafía del sueño.
Luego, cuando quedó sonando sólo el trío, los jardines desaparecieron, y mi habitación ya no era mi habitación, era otra, más grande, con piso de madera, con un hogar a leña junto a mí; yo estaba vestido, sentado junto al hogar a leña, y vi entrar a Lucy, del Nosferatu de Herzog, quien sirvió té con limón y me lo ofreció; esto hizo mientras sonaba el vals, segunda música del mismo disco de Bill y Claus. Todo en un clima de dulzura febril en el cual volví a adormecerme, y al abrir los ojos, mi habitación era nuevamente mi habitación, con un sonido en blanco, y con las paredes en silencio.
En el lugar que ocupaba la maceta con malvón, ahora había una llave.
Me dispuse a asir la llave, ansioso por saber qué ocurriría al hacerlo, y la llave fueron varias llaves; sin dejar de tocarlas, aparecieron en mi bolsillo derecho, y yo estaba parado a un costado de la General Paz, esperando el 21 que me llevaría hasta Villa Madero.
Cuando llegó, pregunté si llegaba hasta Crovara, y el conductor dijo que sí, entonces me subí al 21, me bajé en Crovara y General Paz, en una tarde llena de sol, y caminé las cuadras que me llebavan hasta la casa de Picho.
Picho me recibió, me hizo pasar a su taller, luego a su casa, y también llegó Mao, y comimos mientras dialogábamos; tuvimos un diálogo donde surgieron muchos bellos nombres, donde Roberto Grela y Hundertwasser se conocieron y se dieron la mano cordialmente. Luego de comer, Mao se fue y nos quedamos hablando con Picho, que sacó un disco de vinilo de Egberto Gismonti y lo puso, y la música de Gismonti se mezclaba con las cortinas rojizas, traslúcidas.
Picho se acercó hacia mí con un libro con fotos de cuadros y una lupa, y me dijo, en realidad, nunca vamos a ver verdaderamente este cuadro si no vamos a ver el original; en realidad, vos creés ver muchos colores, pero no, son puntos, azul, rojo y amarillo, azul, rojo y amarillo, azul, rojo y amarillo.
Volví imprevistamente a mi habitación, y todo estaba de nuevo en silencio, pero no cualquier silencio; el silencio que sólo puede existir inmediatamente luego de que suene Egberto Gismonti.
Mi recuerdo de lo que ocurrió entre ese instante y el instante en que apareció el siguiente objeto, es difuso.



En un momento, lo que tenía a un costado de mí era un piano, un piano de cola que ocupaba aproximadamente un cuarto de mi habitación. La tapa del instrumento estaba levantada, y al acercarme, vi que no eran cuerdas lo que contenía la caja, era vegetación; había una selva tupida adentro del piano, y me quedé contemplándola durante unos minutos, hasta que me pregunté cómo sonaría ese piano al tener, en lugar de cuerdas, lianas y todo tipo de vegetación salvaje.
Acerqué los dedos a las teclas del piano, toqué primero una, despues unas pocas, luego muchas al mismo tiempo, y efectivamente, al tocar, lo que sonaba era una selva, un sonido denso y húmedo, polirrítmico, exaltado a la vez que somnoliento; al dejar de tocar, la selva interior del piano se quedaba en silencio, pero al volver a presionar las teclas, la selva volvía a sonar con una cantidad de sonidos al unínoso, tan variada como la vegetación que la constituía.
Continué escuchando atentamente los sonidos, hasta que me sorprendió una leve brisa a mis espaldas; miré hacia atrás para ver de dónde provenía, y lo que vi fue un cuadro; ése fue el último objeto que apareció en mi habitación; la brisa era tibia y emanaba del cuadro, que estaba colgado en la pared y tenía la imagen de una pradera, o no, creo que era una sabana. Esta brisa no era intensa como el viento blanco, era más bien levemente amarilla, pero muy levemente, casi imperceptiblemente amarilla, y salía del cuadro como si fuese una ventana, y sí, de alguna forma lo era; era una ventana, pero por la cual no se podía salir, sólo podían entrar cosas, o por lo menos esto fue lo que pensé.
A estas alturas, no puedo aventurarme a afirmar absolutamente nada.
La brisa se detuvo y por un tiempo, no muy extenso, más bien un lapso corto, no ocurrió nada más; silencio, una habitación perfectamente cuadrada de color blanco, y los objetos que habían aparecido, y que en ese momento permanecían perfectamente quietos; no sé bien cuánto tiempo pasó, pero de pronto algo volvió a llamarme la atención; sentí que mi oreja izquierda se desprendía de mi cuerpo, y no sólo lo sentí sino que lo contemplé; vi cómo mi oreja estaba fuera de mí y se quedaba flotando frente a mí como si ella también, de alguna forma, me mirara; al ver a mi oreja izquierda fuera de mí, palpé el lugar que ella debería ocupar, y al hacerlo advertí que tenía todavía una oreja izquierda; la sentía, y a la vez sentía el contacto de mi mano tocándola; me toqué la oreja derecha, y también permanecía en su lugar; entonces me pregunté: ¿será ahora una oreja ajena a mí?, para obtener una respuesta, toqué esa oreja y me sorprendió darme cuenta de que también tenía sensibilidad; nuevamente me pregunté, ¿qué ocurre?, ¿la sensibilidad de mi oreja transmigrará intermitentemente desde mi oreja hacia una oreja externa e independiente?; entonces toqué las dos orejas a la vez y me sorprendió más aún sentir el contacto de mis dos manos superpuestas, y me dije, creo que ya entendí qué es lo que me ocurre, y tranquilamente me lo expliqué: me sucede que tengo la capacidad de bilocación, pero parcial, entonces sólo una parte de mí puede permanecer en dos lugares a la vez, en este caso mi oreja.
Dije esto, sin dejar de tocar las dos orejas, pero de pronto sentí que el tacto de mi mano sobre la oreja exterior comenzaba a desplazarse, hasta quedarse quieto en un punto; yo tocaba la oreja, pero la sentía a la altura del páncreas. Luego otra vez, volvía a desplazarse y sentía la oreja, pero cerca de la rodilla, y así varias veces en distintos puntos de mi cuerpo, hasta que alejé mis manos de las dos orejas, (en un momento pensé en tocar las tres orejas al mismo tiempo, pero no supe cómo, entonces abandoné ese pensamiento), y al dejar de tocarlas, sentí cómo la oreja me hablaba. Me dijo algo acerca del buddhismo tibetano.

Luego ocurrió lo mismo con un pie, con mis dedos, mi lengua; cada uno de mis órganos se duplicaba y todos quedaban desperdigados y se transformaban, algunos en cuerpos humanos de distintos tamaños, otros en animales, algunos reconocibles, y otros simplemente como cuerpos soñados, con cabellos de flora inasible.
Al duplicarse, mi ceja de alameda se alejaba de mí.
El blanco de mi habitación se llenó de reflejos y colores cambiantes; ya no fue cuadrada ni blanca, comenzó a adquirir una inmensidad de formas y dimensiones, por momentos varias a la vez, y el tamaño de ese espacio fue el necesario para contener, ya no sólo a mó, sino a todo ese universo que se estaba empezando a gestar.
Los átomos de todos esos seres de los cuales pude contemplar su génesis, también se multiplicaron y se transformaron en hermosas galaxias atiborradas de colores que no cabían en mi percepción.
Entre la inmensidad poblada, yo podía reconocer a mis fragmentos transmutados, entre ellos, mi ojo izquierdo era un satélite, y se alejaban quazars hechos de neuronas.
En un momento estuve parado sobre mi cráneo duplicado, todo circundado por un tenue firmamento de mielina, donde se levantaba un sol glandular, nubes de epitelios se esparcían tranquilamente, pestañas como aves en lontananza, dientes dólmenes construídos por civilizaciones inexistentes, protuberancias montañosas, una rodilla vuelta arena, ríos plasmáticos, todo expandiéndose y mutando sus colores vertiginosamente.
Cuando esa vorágine se detuvo, escuché algo que me recordó a mi canto primigenio, aquel primer sonido que escuché, pero ahora el canto estaba traducido en aves, grillos, viento, voces humanas, agua en movimiento, ahora mi antiguo canto tenía sentido.
Observé a todos los humanos, hombres y mujeres, a todos los seres y accidentes geográficos, y al profundo universo que me acompañaba, y luego me miré, pero ya no me sentí a mí mismo como eje y quise mirarme desde fuera de mí; entonces mi visión, como si fuese un líquido inmaterial, embebió a todo el universo, el cual se plagó de ojos que me miraron. Yo me miraba desde el universo, me miraba a mí mismo y ya no había diferencia.
Pero luego, en el lugar donde yo veía a mi cuerpo, lo que vi fue, nuevamente, al señor del impermeable y el sombrero, que esta vez tenía frutas sobre la cabeza y, flotando, había adquirido una posición similar a la del dios Shiva. Me dijo, mirando hacia mis incontables ojos, me dijo: "la eternidad no está formada por una infinita suceción de instantes; la eternidad, es el interior del instante, bebé".

¿desde dónde estoy escribiendo ahora, y con qué manos?



Francisco Garrido (2011)

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