Siento haber transmigrado hasta vos, donde la simiente con su guiño, se revela misterio, y entrego mi mirada al cielo, aun bañado en intemperie, que a su vez me contempla como el tacto del quiromante.
Y cuando me pregunto cómo llegué, recuerdo al ave migratoria que me
condujo, dormido, hasta la intemperie, arrojándome como a un venablo
incendiado de sí mismo.
Una mirada me insufló la espuma estridente mezclada con silencio en
columnas y sedosas piras, y me arrancó las latomías de la sangre.
País de tu mano y la llovizna que me labraba desintegrando todo antro del miedo y horizonte de sucesos* de la ausencia.
Si, ruiseñor en su oficio de desguazar los féretros; y el regreso al
perfume inenarrable, acaso envés de la intemperie o región frágil e
irrebatible del encuentro, luego del encaje de los siglos y su tránsito.
Vi los cuásares centellear en su intermitente idilio. Vi el trance
irisarse en unos ojos y me vi, entre cristalizaciones, entre
pensamientos todavía nutridos por el almibar de la víspera.
Pero ahora, coronado de intemperie, oigo el discurso abismal, que se musita como un viento lejano.
Francisco Garrido
*Frontera de un agujero negro
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